La cascada de la corrupción política

La preocupación de los españoles por la corrupción política es grande, contemplando cómo casi un día y otro aparecen noticias sobre nuevas imputaciones de cargos políticos, condenas o revisiones de condenas. Más que un "goteo" asistimos a una cascada incesante ante la que nos sentimos indignados, y en cierto sentido desalentados, porque parece el cuento de nunca acabar.

El caso Bárcenas acapara la atención en estos momentos, esperando la comparecencia de Rajoy el próximo 1 de agosto. Griñán deja la presidencia de la Junta de Andalucía por el caso de los ERE, y deja en manos de una imprevsible Susana Díaz la presidencia de la comunidad autónoma más poblada de España. Acaban de imputar a un exconsejero socialista del Gobierno balear y a una exconsejera "popular" del Consell valenciano. Son los penúltimos casos que conocemos, porque el último puede estar aflorando cuando escribo estas líneas.

Este ritmo vergonzoso , que tanto perjudica la recuperación de España, puede llevar a la conclusión de que la corrupción es casi connatural a la política. El resultado es que los profesionales más valiosos evitan entrar en el "fango" de la política, y lo que es una tarea de servicio público indispensable durante unos años de la vida de una persona acaba siendo una "profesión" de algunos que su currículum profesional empieza y se acaba en cargos políticos.

Parece cierto el juego de palabras que hace incompatibles en una persona la cualidad de político, honrado e inteligente: se pueden tener dos de esas tres cualidades, en distintas combinaciones, pero no las tres. Conozco a algunos políticos que reúnen las tres cualidades, y ojalá haya más.

Los jueces hacen lo que pueden, que en definitiva depende de lo que les llega, que es una pequeña parte. Tenemos confianza en los jueces, pero es evidente que la justicia es lenta y, cuando actúa en los casos de corrupción política, el daño ya está hecho. La justicia es ciega, ecuánime, pero tan lenta que se torna en sí misma injusta para el sentir de los ciudadanos, que desearíamos unos procesos más rápidos en los casos de corrupción política.

Las soluciones contra la corrupción política son de diverso tipo. Partidos políticos y ciudadanos debemos empeñarnos en encontrarlas y ponerlas en práctica. La limitación temporal en los cargos puede ayudar mucho. La incompatibilidad para cobrar más de un sueldo ejercería un papel muy positivo: cargos locales que son también diputados deberían cobrar sólo un sueldo, y sin ir acompañado de comisiones y pluses que casi duplican el sueldo. En las listas electorales no deberían incluirse candidatos que ofrezcan dudas sobre su honradez, porque un requisito previo es la "confianza" en esas personas, y si no la hay es contraproducente incluirles en las listas. Las listas abiertas también contribuirían a mejorar la honradez de los políticos. Las sanciones económicas ejemplarizantes suelen ser de lo más eficaz. Y así un largo etcétera.

Se podrían enumerar muchas medidas que faciliten la honradez, sin darle por imposible ni considerar que es algo utópico. Pero con la convicción de que cada uno hemos de asumir nuestra responsabilidad personal en esta tarea de limpiar la arena política, sin dejarlo casi todo en manos de unos pocos.

Como en tantas facetas de la vida, la solución eficaz es que cada uno hagamos lo que podamos, sin escudarnos en el anonimato, el desánimo o la comodidad. Eso exige formación cívica permanente, prestigiar la ética y extraer conclusiones prácticas: la ética no es una teoría ni un lujo, sino una dimensión humana que nos hace dignos o veletas cómplices de una corrupción generalizada. No es sencillo, pero es necesario. La falta de ética política suele ir precedida y acompañada de la falta de ética profesional, y de esto último apenas se habla.

 
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