Rebolución o revolución

Perdonen que “viaje” tanto a ese País centroamericano maravilloso que se llama México. No lo hago sólo por las rancheras, una de mis debilidades en cuanto a música se refiere, sino porque en México (que bien podría ser –si no es por los expolios de los yanquis, hasta ocho Estados le arrebataron- los EEUU de México, la potencia; en vez de que ésta lo sea los EEUU de América, USA) viven familiares producto del exilio injusto de un tío carnal ya fallecido y, también, un ilustre autóctono, casado con una prima hermana, que es la persona más sencilla y más inteligente que conozco: Miguel León Portilla, historiador y todo lo que es cualquiera que lo es todo en el mundo de la gente intelectual, sobria y honesta.

Este “periplo” es para –iba a decir brevemente, pero dudo que lo consiga- hacerles ver, con un poquito de ayuda, en qué consiste y de donde viene el término “rebolución”, con “b”; y, a cuento de qué, la disyuntiva de “revolución”, con “v”, que todos conocemos.

Dos formas, dos modos de vida hacia los que, según mi humilde apreciación, caminamos en España. Y cualquiera que se lleve el gato al agua no resulta muy halagüeña. Más de una persona, quizás, con razón porque esto no es lo que se nos prometió y con lo que se nos ilusionó, hubiera preferido seguir con el régimen aún a cuenta de soportar las mil vicisitudes para ejercer la mínima libertad y demasiados uniformes militares por doquier. Sin olvidar que hay quien dice que los años sesenta –aquí mandaba Franco… y la Iglesia…y la Banca (como ahora)- fueron los de mayor desarrollo económico de la humanidad.

Pues vale, pero sigamos con los términos “rebolución” y “revolución”.

El modo “rebolución”, con “b”, lo explica Rogelio Díaz, analista político así: “En México, durante la dictadura partidista del PRI (Partido Revolucionario Institucional) –el próximo año se cumplirán 100 años de la revolución mexicana- la corrupción y la impunidad se instaló como forma de hacer política. Y cuando la corrupción se arraiga de esta manera es imposible erradicarla. Simplemente porque ya está en la mente de todos y se ve con naturalidad e incluso como una forma rápida de solucionar cualquier problema. Pues cuando una persona desde su infancia ve como se vulneran todas las leyes en base al dinero o al poder de una influencia, que la justicia y el gobierno se ajustan al color de los billetes es el hilo conductor en que sabes que todo se mueve alrededor del dinero, por lo tanto la motivación es que en esta sociedad o debes tener dinero para estar por encima de las Instituciones, o debes estar en las Instituciones para recibir dinero y solapar a quienes las vulneren. Y así emerge la figura del “hueso” que significa que desde el poder te tiren un hueso en forma de puesto y que durante tres o seis años te da derecho a decir: “Que te hizo justicia la rebolución”, y no es falta gramatical escribirla de esta manera. O sea, se juega esta lotería en que el mexicano espera algún día llegar a un puesto político o que algún amigo llegue para que a su vez concluya con el reparto de premios, ya siendo él, el que tire los huesos o quien lo reciba”.

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Perpetuarse en el poder, por tanto (es el camino que lleva Extremadura, Andalucía, Madrid, Valencia...), traerá consecuencias parecidas, sino iguales, a las de México: Inseguridad ciudadana, que la justicia solo castigue el 2% de los delitos, asesinatos, secuestros, asaltos con violencia, Instituciones con la delincuencia organizada infiltrada y gobernantes que solo piensan en enriquecerse de forma personal.

La corrupción y la impunidad empiezan a ser cada vez más frecuentes y se vislumbran signos preocupantes en muchos puntos de nuestra geografía. La gran mayoría de caciques basan su poder en hacer favores, en dar negociados y colocar en puestos claves a familiares y amigos, haciendo de esa manera una gran red de clientelismo y así ganar las elecciones y sentirse legitimado. Senda por la que caminan, flagrantemente, la mayor parte de las Autonomía y de modo más apresurado las citadas antes; debido, en gran parte (caso de Extremadura, el más alto porcentaje de funcionarios del País), al gran número de empleados públicos que deben su cargo a un nombramiento político.           

La otra disyuntiva, revolución, con “v”, sabemos todos en qué consiste: Inquietud, alboroto, sedición, cambio violento en las Instituciones políticas, conmoción y alteración de los humores, mudanza en el estado o gobierno de las cosas, insurrección, asonada, golpe de Estado, etc., dice la enciclopedia.

Así, cuando “rebolución” llega a un punto tal como el descrito más arriba, puede que se haya calentado de sobra el caldo para que se dé la otra “revolución”, la peligrosa, la que nadie de Occidente quiere, visto lo visto en otros sitios. Más aún si al caldo, ya caliente, le añadimos la condimentación de un desempleo del 18% (subiendo y sin trazas de ser detenido, al menos, en un tiempo prudencial), la pobreza en aumento alarmante y, debido a los bajos salarios y pensiones, la falta de liquidez para afrontar las deudas que tienen un tanto por ciento muy elevado de familias españolas. Los ciudadanos, cada día más gente, se están cansando de que sus problemas sigan siendo los mismos desde hace demasiado tiempo y de que la Administración siga y siga sumando efectivos (lo de Extremadura no tiene parangón), la mayoría procedente de la prebenda, a costa de sus, cada día, más y más altos impuestos y, encima, sin que las clases medias-altas y los ricos contribuyan en lo más mínimo y gocen –caso de la Agricultura, por ejemplo- de las más elevadas ayudas que nadie es capaz de modular, o, quizá, que nadie quiere modular.

Más de uno (servidor entre ellos) cree que ya es hora de que todo cambie para evitar que siga adelante la “rebolución” que hay y para que se evite la otra, la “revolución”, que puede llegar en cualquier momento. Si queremos seguir con la “Democracia” –no con ésta de engaño que es más bien una dictadura encubierta de dos partidos políticos que lo dominan todo y de una Banca usurera que los financia para tener la puerta abierta a sus descarados latrocinios- tenemos, ya sin dilación, que exigir que el Gobierno no sea pusilánime, se deje de entelequias y acometa: La reforma de la Ley Electoral (elección directa de todos los cargos públicos), una reforma Fiscal en profundidad (que los que más tienen también paguen, 500.000 ricos están blindados ante Hacienda), reforma de la Administración (sobre todo de la regional, y que, como en Suecia o Nueva Zelanda –donde menos corrupción hay- los funcionarios tengan la misma legislación laboral, amén de que no se puede soportar una carga de 26.000 personas viviendo de la política además de los 66.000 concejales y 8.000 alcaldes), reforma de la Justicia, la Educación y la Sanidad (todos iguales se viva donde se viva), reforma de la Formación Profesional (debe ser sólo reglada), reforma Financiera (los impuestos no pueden ser para las finanzas y éstas “las cuevas de Luis Candelas”), reforma del mercado Laboral y de las Pensiones (adecuar salarios y pensiones para fomentar el consumo si no queremos ir a pique), etc., etc., etc.

Termino. Es muy poco esperanzador y muy peligros que demasiada gente esté viviendo de la “rebolución” y que, así mismo, sea excesivo (en aumento cada día) el número de los que no tienen otro camino que la “revolución”.