Por el Arco del Triunfo

Escribía el poeta latino Juvenal aquello de panem et circenses (pan y circo) en una de sus sátiras cuando comenzó a percibir que el pueblo romano, ocioso y entregado a otros menesteres, había olvidado uno de los derechos naturales adquiridos desde su nacimiento: involucrarse en el mundo de la política. Era un toque de atención para la ciudadanía y sus dispersas y distraídas  mentes. Esto nos suena, ¿verdad?; sobre todo, por el aviso a navegantes de la decadencia que, cada vez de manera más insistente, respiramos en tantos y tan diversos ámbitos.

Seguramente, la composición de Juvenal no está alejada de la resaca de infames acontecimientos que el pueblo español está viviendo, padeciendo y, por desgracia, acostumbrándose tras la nueva sesión –esta vez de magia– con el fugitivo malversador Puigdemont en el barcelonés Arc de Triomf, símbolo de ese arco del triunfo por el que el también sedicioso –gran experto en delinquir– se pasa todo con la connivencia de las ya desgraciadamente típicas instituciones, desde el estado –con minúscula inicial ganada a pulso– a los Mossos d'Esquadra, que han ido cogiendo tanto gusto a la traición hasta el punto de convertirse en indignos invitados a las continuas sesiones de circo del panorama patrio.

Y ahí, en ese pisoteado terreno, la humillación se ha abonado a hacer continuo acto de presencia con el permiso y aplausos de políticos y jueces empeñados en arrojar por la borda al español de a pie para dar carnaza a los tiburones de sus reformas del Código Penal en lo relativo a delitos como la sedición y malversación o, según los letrados del Senado, la inconstitucionalidad de la Ley de Amnistía en nuestra cada vez más ninguneada y adulterada Carta Magna.

España, a día de hoy, no sólo destaca por la presencia de magos, trileros y saltimbanquis en el mundo político y judicial, con la adaptación de leyes y reformas según el "capricho" y carnet de partido de la casta superior, sino por la multitud de pacientes equilibristas, el pueblo llano, pisoteada por los sesgados intereses ideológicos de los que han convertido a la Nación en un burdel 24/7 para unos socios europeos y resto del mundo que han encontrado el sparring perfecto de sus chistes y carcajadas.

¿Y qué ha venido a hacer el prófugo  Puigdemont a España? Simple y llanamente, a provocar y prorrogar su continua humillación a la Patria y a la Justicia tras contemplar que la barra libre continúa desde que, no precisamente ayer, cruzase la frontera para pernoctar en territorio español con la total impunidad que nuestro débil gobierno –también con minúscula inicial– le había garantizado a través de una performance que no necesitaba ensayos, sino una nueva dosis de menosprecio al nuevamente timado pueblo español.

Vídeo del día

Un ataque selectivo de Israel se cobra la
vida del jefe del Estado Mayor de Hizbulá

 

Mientras, el psicópata, mudo, anda de vacaciones, seguramente, resolviendo cuestiones de trascendencia y cuentas pendientes con dírhams como moneda de curso legal allí donde, agazapado cual cobarde, ha pasado la patata caliente a Defensa e Interior, cuyos agentes del CNI, Policía Nacional o Guardia Civil, han quedado en evidencia en una operación que, por su "consentida" ineptitud, debería haber recibido el nombre de "Maula", "Operación Maula", por el hecho de que sus ejecutores no han cumplido con sus ocupaciones o han dado sobradas muestras de no valer para ellas. Su programada y medida actuación ha desnudado su necedad. Órdenes son órdenes, ¿o no?

Y de los Mossos, ni están ni se les espera. No se han currado –otros maulas– ni el nombre, "Jaula", de la operación, el de un paripé en el que han puesto hasta el SUV blanco para la fuga del amado líder, la tapadera para distraernos cuando, ilusos, pudimos haber llegado a soñar con aquello del artículo 14 de nuestra prostituida Constitución: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Ese aserto constitucional ya ha pasado a la historia de un estado que, con sus actos e inacción, insiste en proclamarse como fallido.

Por el esperpento vivido hace escasas horas, no parece que ni las recientes  reformas ni la sumisamente customizada nueva ley vayan a servir para propósitos iniciales de políticas "limpias" gubernamentales como la convivencia y el perdón de actos delictivos de, ¡ojo!, grupos sociales vulnerables –antes llamados causas penales terroristas–. Lo del "cambio de opinión" alcanza a cualquier estamento de forma vergonzosa.

Más bien, todos estos cambios supondrán una nueva vuelta de tuerca, una foto con otra –la enésima– voraz imposición, la de la autodeterminación, de acuerdo con una hoja de ruta fijada para mantener el poder virtual de los que, como escribió La Rochefoucauld en sus Máximas, "no debéis permitir que se os humille, aunque es plausible humillaros a vosotros mismos".