ENTRE CORRER Y PASMAR ( y II)

Parece que se ha dado una conjunción astral entre la benevolencia de la redacción de este Medio y las musas, que han echado un cabo a mi nada envidiable memoria. Como tampoco me han llegado reacciones airadas de lectores, y si algún parabién e, incluso, alguna reclamación para no dejarles en la intriga sobre a donde quería llegar con la primera parte de este artículo, publicado aquí el pasado 27 de septiembre, me he vuelto a poner al teclado y, con todo respeto a los discrepantes, expreso ahora lo que había querido decir antes y no conseguí.   

El pensador estadounidense Nicholas Carr, autor de "Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?", abrió el debate sobre si Google nos estaba volviendo estúpidos. En una entrevista con EFE afirma: "Internet nos ofrece picoteos de información - cambiamos mensajes en nuestro e-mail, Facebook, Twitter, seguimos varios enlaces pero sin permanecer mucho tiempo en ellos. En definitiva, nos hace mucho más superficiales, menos capaces de concentración, contemplación y reflexión". En su ensayo Carr afirma que "neurológicamente acabamos siendo lo que pensamos",  y empezó a preocuparse porque su uso de Internet pudiera estar cambiando la forma en que su cerebro procesa la información. Lo cual, en su opinión, no dibujaba el futuro del ser humano muy optimista, porque la red no nos dejaría pensar con la profundidad, al menos con la que nos obligan los libros. Opinaba también que vamos a acabar pensando como las máquinas en busca de la eficiencia, "seremos menos humanos".

Pero, no somos robots diseñados para hacer cosas, ni animales buscando reconocimiento o alimento.  La experiencia nos demuestra que, si uno no se pone a los mandos de su vida, los afanes de cada día conseguirán llevarle a vivir fuera de si mismo. Lamentablemente, muchas veces contando con la propia complicidad y complacencia.

Vivimos una vida  intensa y sin tregua. Todos tenemos horarios, compromisos y ocupaciones que, por así decir, no nos permiten distraernos; y, cuando tenemos un momento de pausa, necesitamos el descanso físico, el ocio, incluso pasmar. En definitiva, “desconectar”. 

Sin embargo, cuanto más extrovertidos vivamos, tanto más necesitamos una compensación, que es de suma importancia: tener momentos de concentración y de fortalecimiento personal interior, de la conciencia espiritual. Para nuestra desgracia, eso será probablemente lo que menos nos apetezca después de una intensa y dura jornada.  

Vídeo del día

Impresionante aurora boreal sobre Portland (Maine)

 

Disponer de tiempo para nosotros es una batalla que hemos de dar. Vencer es más necesario hoy, porque el estilo de vida nos hurta la posibilidad de reflexionar sobre uno mismo. Buscar momentos de pausa y de recuperación espiritual y, si se es creyente, para el coloquio con Dios. Porque, como advertía Pablo VI, “se necesita un momento de independencia y de oración; es preciso reequilibrar las fuerzas, recuperar energías, formular propósitos y volver a encender la lámpara que debe guiar el camino, si queremos vivir una vida personal, verdadera y conscientemente cristiana”.  El llamaba al hombre moderno “el gran distraído”, porque “se ha salido de sí mismo, se ha ausentado de sí y ha perdido las llaves de su intimidad”. 

Y, sin ellas, tiene difícil volver a entrar.

El silencio será nuestro mejor aliado. Por eso, necesitamos alejarnos de los arrabales del castillo, donde se ubica la feria y el ruido, y adentrarnos en las moradas del interior. Allí habita, al abrigo del sosiego, la soledad y el silencio, tu Creador junto a tu yo.  

El nos ayudará a vivir nuestro presente, afrontándolo con serenidad y confianza, sabiendo que nos acompaña y nos ayuda en todo momento, que ya conoce nuestras necesidades, y nos insiste en que no andemos agobiados por el día de mañana, que busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y que lo demás se nos dará por añadidura.

Entrando dentro de sí...”(Lc. 15, 11-32), fue el comienzo de un regreso, que produjo el abrazo de la conversión y abrió la puerta de la salvación.

Tengan a buen recaudo la llave de su intimidad.