¿Qué me decís?

Pensaban que lo sabían todo. Miraban desde la euforia que aportan los veinte años. Y lo hacían por encima del hombro de sus mayores, porque qué podrían saber ellos de la vida.

Afirmaban que la marihuana era buena. Las paginas de Internet, por millones, así se lo aseguraban. No leían esas otras, las que publica la ciencia acreditada. Para qué.

Pero no, que no, que fumarse un cigarrillo no te lleva a desinhibirte, ni a perder la vergüenza, ni a que te fallen los reflejos cuando llevas un volante en las manos.

Que cuando fumas marihuana, y según cantidad, edad u otras circunstancias, corres el riesgo de perder el control o la vida, de tener un brote psicótico u otras consecuencias funestas o nefastas.

Pero nadie escarmienta en cabeza ajena y no queda otra que esperar a ver qué pasa con esta generación de jóvenes, engañados por los sinvergüenzas que venden el cannabis y que se enriquecen impúdicamente a costa de vidas humanas.

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¿Madurarán alguna vez estos chicos o seguirán subidos a las nubes haciendo palmas? ¿Caerán del guindo o se estrellarán con todos los daños que una piña de estas proporciones causa? ¿Tendrán que tocar fondo, como tantos por desgracia, para descubrir que la marihuana es una droga y que te atrapa en sus redes como una tela de araña?

El hecho de que su consumo sea real, no la legitima ni la hace válida, como el crimen es una realidad diaria y qué diablos, como lo legalicen, me voy a Australia.

¡Ah!, misterios de la vida.