Han florecido las mascarillas en las farmacias

Mascarillas.

Esta mañana salí de casa para dirigirme a uno de los lugares permitidos por el estado de alarma, a los que se puede ir legalmente sin romper el confinamiento: A la farmacia de Madroñal de Alicante, para comprar unas drogas legales y las mascarillas que dan a los mayores de 65 años. La manceba de la farmacia, una chica alta y morena, parecía una empleada de Hacienda detrás de la mampara de metacrilato, varias veces me dijo que me alejara del mostrador. Me dieron tres mascarillas ¡gratis! ¿Desde cuándo dan cosas gratis?, a cambio entregar mi tarjeta SIP, que quedó registrada a la entrega. Por fin han florecido las mascarillas en las farmacias. Pagué religiosamente con la tarjeta de crédito, como es preceptivo, en estos tiempos de coronavirus, porque ya no se quieren el dinero metálico, se sospecha que los billetes y monedas esté contaminados con el maldito virus chino.

Como tenía los medicamentos en la bolsa de papel, decidí, a atreverme, a darme una vuelta por la plaza de la Viña antes de regresar a mi casa para seguir cumpliendo con la condena del confinamiento. El espectáculo de la plaza era desolador, no ya porque falten once palmeras, sí, señor alcalde Luis Barcala, las once palmeras siguen faltando. Todos los bares, cafeterías como Ópalo, y demás negocios, estaban con los candados antirrobos echados, excepto la Farmacia, Correos, Estanco (droga legal), Mercadona y los de fruterías de los paquistaníes. El espectáculo era dantesco y perruno, cacas de perros por todas partes. Observé que los perros del barrio están ahora más delgados de tantas salidas a la calle, rotando como moneda animal con todos los miembros de la familia. Me encontré muchos guantes de plástico de un solo uso volando por la racha del levante y subiendo como cometas sin hilos.

Cuando me iba a sentar en un banco público llegó la policía local en un coche patrulla y se bajaron como los Geos y me preguntaron qué hacía sentado y a dónde iba, la respondí que era evidente que venía de la farmacia, pero dónde vive usted, le di la dirección, me pidieron el DNI y la partida de bautismo. ¡Cómo se te ocurre Ramón sentarte con la que está cayendo! Me reprendió mi mujer. Pero esta no es la dirección a su domicilio. Me habré equivocado, respondí resuelto en lunas. ¿Y usted de dónde viene? Ya se lo he dicho, de la farmacia a recoger las mascarillas gratis, un dispensario de drogas autorizado. ¡Pero Ramón cómo se te ocurre decir de drogas autorizado, eso solivianta la atención de la policía! Si parece que estamos en los tiempos franquistas cuando corríamos en la universidad de los grises.

—De donde yo venga, a usted no le importa. Estas son preguntas capciosas,  y a usted no le importa de dónde venga, les debe de preocupar a dónde voy pero no de dónde vengo, eso es privado.

En fin que todo se arregló de buenas maneras. Y no me multaron porque mi presencia en la calle estaba justificada. Tras el susto policial, y cuando regresaba a mi casa me llevé otro susto al encontrarme de frente un chino, el señor Loti del vecino restaurante chino, cerrado como todos. Me separé del chino a 10 metros, y di un rodeo, y me di de frente con una mujer joven con el carrito de la compra, y sin mascarilla ¡qué peligro! y me hizo dar otro rodeo, no había forma de poder encarar el portal de mi casa, parecía yo harto whisky, la plaza de la Viña se me hacía un laberinto, un dédalo cretense. La tipuanas y las jacarandas están recibiendo agua de lluvia, pero no estaban nada alegres, sino grises, y los gorriones sin enterarse de esta pandemia. Los perros campan a sus anchas como manadas de lobos en Sierra Morena, esto es un mundo de canes y lobos y otras alimañas, monte salvaje puro y duro.

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Al fin llegué a mi casa y cumplí con todo el largo protocolo de limpiarme los zapatos sobre alfombra con lejía, quitármelos y ponerme las babuchas, quitarme la mascarilla, lavarme los guantes con alcohol, las manos con varios minutos de jabón, y la cara sin afeitarme, en fin, todo el protocolo desinfectante. En la mesa había un vaso de vino tinto y cuando miré la botella me di cuenta de que era vino catalán, tuve que tirarlo al fregadero por independentista. Me enjuagué la boca con agua mineral nacional.

Hay días que uno no puede salir de casa, hoy es martes, y lo único que le hace falta como guinda a este días de la semana es que fuera trece. En este mundo pasan circunstancias que superan la ficción, que a uno no se le pueden pasar por la cabeza ni por imaginación. Tenemos unos políticos que podrían estar atados a un poste porque esta vida de confinamiento no tiene buena salida ni sociales ni económicas. Así que ya no pienso salir de mi casa hasta que Pedro Sánchez anuncie el fin del confinamiento, porque estas salidas como si fuera en libertad provisional es una m.., con perdón.

Ramón Palmeral es escribidor en prisiones.
21 de abril de 2020 (año del coronavirus)