Nobleza y majestad

Nobleza, no eres cosa de sangre azulada o roja.

Alguien, que lamento no recordar, dijo: “jactarse de la nobleza de los antepasados es como buscar en las raíces el fruto que debiera hallarse en las ramas”.

Como entre “potestas” y “auctoritas”, la cualidad de noble no la otorga un título, ni es patrimonio que se hereda, sino que se pelea. En la brega obtiene y mantiene la persona los atributos que contiene: honradez, honestidad, sinceridad, lealtad, bondad, magnanimidad,… 

¡Nobleza!, te manifiestas verdadera no en el aspaviento, relumbrón y oropel, sino en la majestad de la modestia y la humildad. Al instante te reconocen los demás, y a quien la atesora le distinguen con el señorío de su ascendiente.

No supone ausencia de debilidad, como tampoco el valor es carencia de temor, sino que se demuestra precisamente en su vencimiento; en el dominio de sí, para derrotar las inclinaciones que degradan, el engreimiento, el aparentar dignidad, la doble vida, y el enmascarar la mentira mimetizándola en cambio de opinión y de nueva verdad. 

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Aunque la sociedad crédula este deseando aceptar que se pueda separar la infidelidad en tus asuntos personales de la confianza en las cosas generales de los demás, y tu lo fraguases y esperases igual, el engaño no podrá perdurar. 

¡Con qué elocuencia se muestra la nobleza en el señorío de los silencios, que guardan para sí las confidencias, secretos y despechos, y llevan con la más alta compostura y en soledad sus sufrimientos!.

¿Qué mayor abolengo se podrá tener, que a todos nos iguala por arriba, que permanece y no se olvida ni al fallecer, que la filiación divina que se nos dona?.
¡Vivámosla cada día, por caridad!.