¿Qué es cultura?

Peine del Viento, Eduardo Chillida, Donostia, 1977.

Símbolos culturales de nuestro tiempo:

Peine del Viento, Eduardo Chillida, Donostia, 1977.

Teléfono Móvil (no muy moderno)

Dedicado a Horton A Johnson (in memoriam): Operador de radio de la marina de EEUU( guerra con Japón), Médico, Anatomopatólogo, Investigador, Gran aficionado a la Física y Matemáticas, Músico, Ciclista, Guía jubilado voluntario de la sección de Grecia y Roma en el Museo Metropolitano de N Y, Gran conversador, Estupendo amigo y maestro en mi estancia en el laboratorio BNL de Upton, N Y.

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Los reyes desean suerte a los olímpicos

 

Mi nieto Sergio, estudiante de tercero de ESO nació con curiosidad innata; posiblemente, muchos otros niños también la tengan, y bienvenidos sean. No son sus notas escolares superlativas, pero son buenas. Hacíamos una excursión en un barco para turistas, de los que hacen cruceros cortos en el verano y, de regreso, nos encontramos con la puesta de sol y el horizonte. A su lado se sentaba otro niño de su edad –seis o siete años--, y le preguntó: “¿por qué crees que se ve como una línea y por encima el resplandor del sol?”. No le contestó y esto le frustró. Esperaba que le dijera: “la tierra es redonda y está rotando como un balón hacia el  lado opuesto donde está el sol, por eso dejamos de verlo; mientras que allá muy lejos, otras partes más bajas del nivel en el que ahora estamos, todavía estarán viéndolo; nosotros sólo vemos el reflejo de los rayos del sol que estarán por debajo de esa línea, que es el horizonte”. Supongo, que lo que de verdad le importaba era haber perdido la oportunidad de hacer un nuevo amigo. Como cuando nosotros adultos buscamos la conversación del viajero el al lado, si todavía nos queda mucho trayecto por delante.

Socializarse con la palabra con buena intención, es lo mejor que tenemos los humanos. A veces, somos muy afortunados y encontramos a alguien que nos aporta nuevos conocimientos. Sobre todo, cuando todavía no hemos perdido “la curiosidad por todo”. Para mí es tan emocionante como el encuentro fortuito del amor. Aunque en estos casos, la curiosidad  se vuelca más en conocer a la persona que tenemos delante y en las fantasías de futuros encuentros.

En un viaje en tren a París, tuve la suerte de hacer amistad con un elegante ruso de San Petersburgo, que mostraba un cierto aire afrancesado. No sé, si intencionadamente, parecía ignorar el pasado bélico y político de los últimos cien años de la ex capital rusa. De hecho, la conversación fue  en francés. Se sabía de memoria las galerías del Hermitage y los últimos programas del teatro Mariinski. El viaje dio tiempo a que, de un maletín de mano de piel marrón oscura, sacara una botella de vodka Beluga y unos cortos y rectos vasos de cristal translúcido que, aunque, no fríos, no estaban calientes. Me explicó que era el viajante de la destilería de Siberia para Europa. Y que, “vodka” significa agüita; de hecho, era intencionado que tan potente bebida alcohólica no supiera a nada en particular. Sin embargo, me dijo, Beluga, lo ha combinado con algunos sabores delicados; y así, ha conseguido varios tipos. Es, originalmente, uno de los mejores vodkas, por su triple o cuádruple destilado alcohólico. Y para su componente acuoso usan agua natural de pozos profundos; no agua destilada, como usan otras marcas. Nos despedimos intercambiando nuestros emails, prometiéndonos reencontrarnos en el museo Picasso de Barcelona.

Los conocimientos que nos vienen de las tradiciones: del boca a boca y de las manualidades artesanales, constituyen el acervo de comunidades, de pueblos o naciones. Son los instrumentos que facilitan su arraigo, al tiempo que cuidan de la calidad de su vida. Aceptar lo dicho como el único significado de cultura, del latín: cultivo de la tierra, resultaría una definición demasiado austera, casi árida. Tenemos que ampliarla con, refinamiento, y el consiguiente, embellecimiento, que se han ido dando a los utensilios y a las costumbres de las sociedades.

Desde sus comienzos, las sociedades humanas no se conformaron con dejar yermas las paredes de sus cuevas, sino que, las pintaron y fueron haciendo cada vez más confortables sus habitáculos. En los enterramientos anteriores a los egipcios ya se dejaban “ajuares” que fueron usados en vida por el muerto, con la creencia que no sólo eran legados necesarios, sino presentados de la mejor manera.

Además, las fantasías y creencias populares también han formado  parte de la “formación cultural” de pueblos o naciones. Como, las valkirias: aguerridas vírgenes escandinavas mandadas por el dios Odín para trasladar a los guerreros muertos en batalla a su presencia y  agasajarlos con ágapes. O los guerreros musulmanes que con regocijo morían en combate al saber que les esperaba el paraíso de Alá. O los misterios de los cuentos funerarios de Gustavo Adolfo Bécquer, que darían para una larga y entretenida conversación en una noche de lluvia y tinieblas, en una posada escondida entre bosques de eucaliptos en Galicia.

Pero, ¿cómo se amalgama la necesidad de alimentarse con el arte culinario? ¿Cómo se amalgama la reproducción de la especie con el arte amatorio? ¿Por qué las catedrales se aúpan hasta los cielos al tiempo que son obras de arte?¿Cómo se crea la música desde los simples sonidos de la naturaleza; y de los de las cañas y de los huesos tubulares de animales? Supongo, que en esto, el hombre, no pudo hacerse el sordo a esos músicos naturales que son algunos pájaros. Y así. ¿Qué sentido tienen los museos? ¿Por qué nos duele que los bárbaros de Al Qaeda destruyan los templos de Palmira?

El cerebro humano tiene avidez por la belleza. Existe una atracción entre el creador y lo creado. Siendo el cerebro el creador, y su obra lo creado. Aunque no somos dioses. Dicen, que los dioses de griegos y romanos tomaban formas humanas para conocer el placer de los mortales, con la ventaja de que siendo ellos inmortales no corrían riesgos. Entonces, ¿es el sufrimiento humano otra forma de cultura, al que los dioses mitológicos no se arriesgaban?

Así, habríamos pasado de cultivar la tierra, a cultivar la mente y el espíritu, a la par que las habilidades artísticas. Lo que culminaría en el Siglo de las Luces (siglo XVIII). Pero, quedémonos solamente en los aspectos generales de la cultura. No profundicemos en las magníficas expresiones artísticas, y según períodos, que ha producido el hombre.

Mi intención es llamar la atención de la sociedad y la juventud. ¿Por qué desde la década de los 50 del siglo pasado hasta nuestros días, parte de la sociedad ha perdido la curiosidad? Ha dejado de disfrutar con las “pequeñas cosas”. NO se “tira del hilo” de lo que nos rodea. Y, se pierde la oportunidad de descubrir cuánta cultura hay escondida en una música que se oye, sea popular o clásica. O, en los aromas que nos llegan desde la cocina de la vecina, que son recetas de su abuela. En los pasos de los bailarines de un baile popular. En entender una película o una obra de teatro, porque se desconoce las circunstancias sociales que hay detrás de su argumento o, su lenguaje no es muy corriente.

Puede servir, como ejemplo positivo a seguir de lo que estoy hablando, el programa de TV2: “Saber y ganar”. Toca casi todos los temas culturales, desde populares a eruditos. No sólo es una compañía “cerebralmente” muy estimulante para la sobremesa de los adultos, sino sería muy recomendable para todos los escolares españoles de la edad apropiada. No perdamos oportunidad como ésta para culturizar de forma tan sabia y agradable. Así como, aquellos días de “Clásicos Populares” del gran Fernando Argenta, que sentaba a tomar café con nosotros al “cura pelirrojo”, como llamaba a Vivaldi. Tenemos verdaderas joyas culturales en nuestra TV2 y en RNE Clásica. La BBC puede presumir de haber promovido grandes gestas culturales, como la del Arte, por Sir Kenneth Clark, y la del naturalista David Attenbourgh. Pero, no olvidemos, a nuestro gran naturalista, Félix Rodríguez de la Fuente.

Desafortunadamente, y como contraste negativo, los “bárbaros modernos” vuelven esporádicamente a nuestras calles, como en tiempos de los romanos. Si no tanto  con los mismos fines, sí destruyendo y quemando tanta “cultura” que adorna e ilustra los espacios públicos de cualquier ciudad o país. Asaltan los códigos de conducta y respeto de la Sociedad. Cuando, gracias a los cuáles se ha  consolidado el bienestar y el progreso para todos, incluidos los de ellos mismos.

Parece ser, que el exceso de información y la velocidad con la que se transmite, han “trastornado” el sedentarismo de las calurosas tardes del verano, bajo las sombras románticas de árboles escondidos en huertas o alquerías. O la melancolía de los otoños, con su olor a castañas y membrillos asados.

La curiosidad se ha agotado. “¡Ya se sabe todo!”. Los textos de whatsapp de buena mañana te anuncian de lo que va el día: de lo que te tienes que reír, de lo que tienes que sospechar, de lo muy malos que son unos, y de lo muy buenos que son otros, además de mensajes encriptados para que compres más de esto y aquello…

¡Ojo! que el progreso que mejora la calidad de vida no va en contra de la cultura. Por ejemplo, nada en contra de un coche Tesla: menos ruido y menos polución; a la par que obra de arte por su cuidada estética. Lo que también se puede aplicar a las bicicletas, cuyo diseño de algunas son tan artísticos como funcionales. No hay que confundir con el de “los progresistas”, que es sólo para ellos.

No sé si coincidiremos: ¿está dividiendo el progreso a la sociedad?: Una parte, se acomoda, acepta lo que se le ofrece sin reflexionar, no siente curiosidad, se aburre…y gasta a veces mucho dinero en viajes, coches, modas, teléfonos y juguetes electrónicos. Porque, NO sabe entretenerse con las “maravillas” que hay en las cosas o compañías cercanas, más sencillas y familiares.

Y otra, en donde la imaginación se expresa con fuerza inmensa y originalidad. Fijémonos en los “dólmenes y colosos” de  hormigón y hierro de Chillida, que adornan bosques y acantilados, ¡como si todavía la Naturaleza no tuviera suficiente originalidad y belleza! ¿A alguien les recuerda la original obra de Chillida las caras (moáis) de Isla de Pascua, o lo dólmenes como los de Stonehenge en el suroeste de Inglaterra? Como un recordatorio de lo que decíamos, que el cerebro humano ha buscado la creatividad y la estética en todos los tiempos, además de la intencionalidad espiritual, o “la búsqueda” de un ente superior.

Hay jóvenes que llenan discotecas, se apelotonan y se “estrujan”, al tiempo que se aíslan individualmente entre tanto ruido, con música y bebida. Y hay otros, como tuve la suerte de ver y oír, que se reúnen en bandas de música, en donde pueden coincidir tres generaciones. Echo de menos las salas de baile en las que tocaban hasta tres orquestas; la iluminación permitía vernos las caras todo el mundo, y la conversación más o menos “culta” podía conseguir seducir a alguna joven para que te dejara acompañarla a su casa. No es nostalgia de ritmos, orquestas y bailongos, sino, también, de la CONVERSACION como forma de pasar el rato.

Por supuesto que la cultura es un tema inacabable y tiene materia para desarrollar mejor que yo, por estupendos escritores y oradores. Por ejemplo, mi admirado Fernando Savater, de quién, invito a ver en YouTube su charla: “La cultura como alegría de vivir: diversión y reflexión” (primer encuentro Aires, 2010 ). O, el joven pensador y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Yuval Noah Harari. Éste, nos sorprendió hace unos años con su Homo Sapiens: de animales a dioses. Este ensayo o relato, le ha cosechado tal popularidad que es difícil no encontrarlo en los foros mundiales de pensamiento más dispares (también en YouTube). Para mí, es su libérrima y sencilla actitud intelectual, lo que le hace ser tan popular. Recuerda al ciudadano romano nacido en Cartago, 185 a.C., autor de comedias, Terencio: “soy hombre, nada humano me es ajeno”.

Volviendo de nuevo a la curiosidad como el camino que ha llevado al hombre al desarrollo de las formas físicas, estéticas, y espirituales que constituyen la cultura, permítanme que termine contándoles otra anécdota, de otro nieto. Enrique – estudiante ahora de quinto de primaria -- cuando era muy jovencito, yo le esperaba a la salida del colegio. Con su infantil maña, me desviaba hacia el parque. Allí, me pedía que yo acorralara a lagartijas que él cogía, para llevárselas  a su casa. El muy imberbe, pero determinado,  “Dr. Jekill”, se encerraba en el cuarto de baño. Con sus escalpelos les cortaba limpiamente las colas y observaba a otras anteriores como le volvían a crecer. No sólo eso. Eran una pandilla de amigos que se llamaban “lagartijos”. Competían por ver cuál de los pobres animalillos atrapados en los respectivos cuartos de baño, regeneraba antes su cola. Y aquí les dejo. A ver si la curiosidad les lleva a Google y leen sobre este prodigio de la naturaleza que es la regeneración en el mundo animal. Por supuesto que hay grandes investigadores tratando de trasladar el fenómeno a la regeneración de órganos humanos.