Tomás, el mal nunca gana

Mi vida cambió para siempre el día 5 de agosto de 2013. Ese caluroso lunes nacía Lucía, la mayor de mis cuatro hijos. Desde aquel momento pasamos de ser dos a ser dos más uno, que no tres. Porque lo primero es mi mujer. Porque sin ese uno que es parte de ese dos, no se entiende el uno, ni el dos, ni el tres, ni el cuatro que han venido después. Porque ese uno es complementario a mi uno. Y los posteriores uno, dos, tres y cuatro son el fruto y el resultado de nuestra complementariedad. Sin complementariedad, no hay resultado. Por lo tanto, se deduce que el resultado depende de la complementariedad de los factores. Sin uno de esos factores, directamente el resultado no existe. No es que sea cero. Es que no existe.

Complementariedad y dependencia. Volviendo a mis elucubraciones matemático-familiares, el uno complementario conmigo me ama libremente pasando a ser mi uno, en un ejercicio de libertad llevado a cabo a través de una voluntad madura. Yo le complemento del mismo modo que ella a mí debido a la reciprocidad, al mismo ejercicio libre, maduro, individual y selectivo. Un ejercicio en el que no existe, no ha existido, ni existirá jamás esa dependencia. Porque ella es uno, con la totalidad que significa y yo soy su uno complementario, con la totalidad que significo. Dos unos libres, independientes, capaces. Nada de medias naranjas. Dos unos que forman una nueva realidad. 

Mi vida cambió el día 5 de agosto de 2013, cuando nació el uno cuya relación conmigo era de dependencia. Ese día sentí un amor diferente, comparable en intensidad al amor con mi uno complementario, pero en su origen diferente. Mi uno complementario me eligió libremente a mí. Mi uno dependiente no me eligió a mí, pero sin mí mediación carece de realidad, de existencia. La diferencia en estas relaciones emergen del acto libre. Al igual que mi uno complementario me eligió, puede decidir también libremente romper esa relación y dejar de formar parte de esa unión que supone su uno y mi uno. El uno dependiente no es libre de quebrar esa relación de dependencia, ni en una dirección ni en la otra, pues sería quebrar con su originación. 

Cuando una relación se rompe, los elementos complementarios sufren, porque no hablamos de números, hablamos de personas. Cuando esa unión complementaria de uno más uno proyectada pasa a dividirse, es fruto de un proyecto fracasado. Si, fracasado. Romper una relación es una opción. Sí, no hay duda. Una opción fruto de un fracaso. 

En cambio, así como la complementariedad se puede quebrar, no resulta así con la dependencia. Nunca se quiebra, no hay opción. Es antinatural, de ahí que no se entienda.

Los que me conocen saben que me involucro emocionalmente de manera continua. Llevo tres semanas con el corazón encogido. Olivia y Anna, las niñas desaparecidas de Tenerife, dependen de Tomás, su padre. Él ha decidido, libremente, como opción, descomplementarse de su mujer, su uno complementario. Pero no ha tenido en cuenta la dependencia natural de Beatriz para con sus uno y dos dependientes, y ha sido cruel, frío, calculador… porque sólo así puede dibujarse algo parecido a un resquebramiento en la relación de dependencia. Ha negado a sus hijas, dependientes de él y de su madre, su naturaleza como ser individual en acto, complementario en potencia, de la manera más cobarde, ruin y egoísta, prostituyendo su vínculo relacional, su dependencia. Usándola para su interés, desde las raíces más oscuras y deshumanizadoras inimaginables. 

Esta sociedad está enferma. Y no, no hablo del coronavirus, que ni con una pandemia mundial espabilamos. No sabemos amar. El amor es libre. El amor se entiende porque hay alguien a quien amar. El amor se ejerce, no se recibe. Recibirlo es un accidente consecuencia de un acto voluntario de alguien que ha decidido amar. Así es cómo es el amor, y así es como hay que educarlo desde la infancia. Entendiéndolo como dación. Porque nuestro fin es amar, no ser amados. Y, o lo practicamos así, o nos topamos con la cruda realidad de un espejismo del amor, pero nunca con un amor real. Un desequilibrio disfrazado de amor que, cuando uno es consciente de ese autoengaño, acaba en una locura en la que florece nuestro yo más enfermo y egoísta capaz de intentar quebrantar nuestras dependencias más puras y reales. 

Son muy continuas las noticias de secuestros, de filicidios,…actos voluntarios y libres con el único fin de hacer daño a aquel que un día se complementó conmigo. No os engañéis, crueles cobardes, analfabetos del amor. Nunca jamás volverá a ser tu uno complementario. Pero la realidad es que ese uno y ese dos dependientes, Olivia y Anna, siempre serán dependientes tuyas, Tomás. Y siempre serán dependientes de Beatriz. Esa realidad nunca la vas a poder quebrar. Porque donde hubo un uno más uno, siempre quedará el resultado de esa complementariedad. El mal, el odio, nunca gana. Y tú, Tomás, has decidido que tus hijas, tu uno y tu dos dependientes, pierdan. Ojalá aún estés a tiempo de resetear.

 

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