Adriano

I. Una vida completa de complicaciones
Con Trajano y Adriano se manifiesta Roma en toda su magnificencia, hasta el punto de
identificarla territorialmente con la Europa contemporánea y culturalmente como base
de la civilización occidental. Se complementó con las decisivas aportaciones del
cristianismo que reveló al hombre las ideas de dignidad y libertad, que la hizo,
entonces, identificable y única frente a otras comunidades.
Adriano es un hombre que levanta pasiones en sentidos contrapuestos. No puedo
pasar por alto este matiz, intenso y definido, inexistente en otros príncipes. La
interpretación detallada y minuciosa, de sus vivencias de niñez, de juventud, en su
edad adulta… y después de alcanzar los laureles del imperio, se encuentra repleta de
anécdotas, de intrigas y, en alguna medida, de fabulaciones e inexactitudes. Juicios
subjetivos de autores que han generado una bruma que oculta la verdad de los hechos
y, en todo caso, su precisión.
No nos encontramos ante un Claudio, calificado por su familia como «caricatura de
hombre y aborto de la naturaleza». Aquejado de tartamudez, de cojera, de debilidad,
decían… fácilmente influenciable; repudiado, cuando no escondido a los demás. Su
hermana Livila, ante los rumores de ascenso a la silla imperial, compadecía al pueblo
romano si le está reservado tan infausto destino.
Poco o ningún interés despertó y poco o nada importó su vida. No tenía enemigos ni
conocidos ni desconocidos, y las tretas y maquinaciones para impedir su ascenso al
trono no existieron. Sin una educación específica para regir el imperio, dado el
escepticismo familiar, encontró a Tito Livio, quien lo educó en historia. Logró un gran
dominio de esta disciplina. Sin embargo, fue nombrado emperador con, llamémoslo,
naturalidad, sin sufrir los venenos derramados por otros pretendientes.
Nada de esto ocurre con Adriano. Todos sabían su parentesco con Trajano y su
ascendencia con él por motivos familiares y de paisanaje. Su vida fue una constante
lucha contra muchos que impedían su natural destino. Son experiencias que marcan a
cualquier persona, una lucha continuada y constante contra todo que solo produce
sospecha y esta solo destila soledad.

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Acerbos odios o generosas adulaciones. Las fuentes históricas pueden no ofrecer una
imagen objetiva porque posiblemente adolezcan de una cierta contaminación
emocional.
Como ocurre con cierta frecuencia, cuando las fuentes primarias no son ecuánimes,
debe tomarse todo con cierta relatividad, despojar a los sustantivos del aparato
adjetivo y aplicar las reglas de una lógica impermeable a los sentimientos.

II. Nacimiento y padres adoptivos
Imperator Caesar Divi Traiani filius Traianus Hadrianus Augustus, conocido como
Adriano, y desde el año 123 como Adriano Augusto, estuvo investido bajo la púrpura
imperial durante los años 117 a 138. Modesto Lafuente nos dice que en una inscripción
hallada en Munda (Málaga) se lee: Emperador, César, nieto del divino Nerva, Trajano,
Augusto, Dácico, Máximo, Británico, Sumo Pontífice, por segunda vez investido de
poder tribunicio y del consulado, padre de la patria.
21 años de una gobernación que fue de menos a más. Del escepticismo ocasionado por
una adopción por Trajano, cuestionada, a ejercitar una gestión pública racional y
óptima: redujo gastos públicos y mantuvo la paz: en el exterior, limitando las guerras
contra los bárbaros; en el interior, potenciando el derecho y protegiendo la seguridad
jurídica.
Adriano nació en Italica, término municipal de Santiponce, Sevilla, el 24 de enero de
76, durante el séptimo consulado de Vespasiano y el quinto de Tito. Su abuelo
Marulino fue senador. Su padre, Elio Adriano, llamado el Africano, era primo hermano,
por vía materna, del emperador Trajano. Su madre, Domicia Paulina, nació en Gades
(Cádiz) con lo que su familia era plenamente hispana o española, como se
acostumbraba a escribir en los viejos libros de historia. La hermana de Adriano,
Paulina, casó con Julio Ursus Serviano, hispano de origen, senador y cónsul.
Con 10 años, Adriano pierde a su padre y lo toman como protegido, el primo hermano
paterno, el emperador Trajano - Esparciano nos cuenta que lo tomó por hijo- y un
caballero de Roma, Celio Atiano. Instruido en ciencias y humanidades, se cree que se
educó en colegios de Gades, Hispalis y Corduba. Pudo ser uno de sus maestros
Moderato de Gades.
Posteriormente, desempeña distintos cargos públicos para instruirse en temas de
gobierno y completar su cursus honorum. Prestó servicios como decenviro en una
comisión de los decemuiri stilibus iudicandis, que atendía las reclamaciones sobre
temas de libertad. En sus tareas jurídicas encontró la ayuda de su amigo Neracio
Prisco. Fue tribuno en la Legio II Adjutrix, una legio auxiliar de infantería pesada y

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caballería, integrada por 5120 infantes y 120 jinetes. El nombramiento de tribuno,
uno de los seis comandantes, bajo la dependencia del legado, era dado por el
emperador entre hijos de senadores y caballeros para completar su periodo de
prácticas.
Contrae matrimonio con una sobrina nieta de Trajano, también prima suya, Vivia
Sabina. Fue un matrimonio tormentoso en donde, como apunta Tacchini, la mujer
puso todo su ahínco para no dar a luz un heredero. Según el historiador Mario
Máximo, la unión no fue deseada por Trajano. Y para Montanelli, fue un matrimonio
respetable y frío, del que no nacieron ni amor ni hijos. Sabina, esculturalmente bella,
pero sin encanto, no supo ganarse a su marido que pasaba largos ratos con sus perros
y caballos. La respetaba y hacía que la respetaran, pero a pesar de todo, dormía solo.
Fue nombrado curator ab actis senatus o actorum senatus, encargado de la
redacción de las actas del Senado custodiadas en el Erario.
Acompañó a Trajano en la primera guerra contra los dacios. Fue nombrado tribuno de
la plebe en el 105 bajo el segundo consulado de Cándido y Quadrado.
Marchó junto al emperador en la segunda campaña contra los dacios, y recibió el
mando de la Legio I Minerva, legión de infantería pesada con 6.000 legionarios. Las
operaciones militares fueron brillantes y alcanzaron grandes victorias y así constan,
como privilegio, en la columna de Trajano en Roma. Solo las hazañas de cuatro
legiones se esculpieron en este monumento.
Bajo el segundo consulado de Sura y Serviano fue nombrado pretor.
Enviado a Panonia (extensión territorial que comprende hoy parte de los países de
Hungría, Croacia, Eslovaquia y Austria) como legado pretoriano o expretor, su victoria
sobre los sármatas le valió el nombramiento de cónsul. Este hecho confirmó su
esperanza de ascender a la silla regia.
Desempeñó el cargo de legado en Antioquia (Siria) en el año 117.
III. Los augurios
Se recogen en los textos históricos referencias a los augurios que recibió en distintos
momentos de su vida. Todos confirmaban su destino imperial. El elemento profético
confiere una cierta solemnidad a lo futurible deseado, anhelante de un suceso, aunque
puede no suceder nunca. Se ahuyenta el temor, aunque sea en sutiles evanescencias.
Muy joven, su tío, el gran Elio Adriano, amante de la astrología, le vaticinó su destino
como emperador. Pasado un tiempo y ante la incertidumbre que sentía, consultaba
las suertes virgilianas. Otros autores comentan que fueron los libros sibilinos los que le
revelaron su destino. Y otros hay que confirman que la esperanza de ser emperador la

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concibió por una inspiración recibida en el templo de Júpiter Capitolino, en Pérgamo,
hecho mencionado en los libros del filósofo platónico Apolonio Livio.
En otra ocasión, nombrado tribuno de la plebe bajo los consulados de Cándido y
Quadrado, tuvo el presagio del perpetuo tribunado, solo ostentado por los
emperadores, dado que perdió la pénula, prenda usada para protegerse de la lluvia
por los tribunos, pero no por los emperadores. Hoy pueden pasar como hechos sin
mayor repercusión e importancia, pero en la mentalidad antigua las casualidades
siempre encerraban un mensaje.
Concurren otros sucesos que incitaron las ansias y esperanzas de Adriano. En la
segunda guerra contra los dacios, en recompensa por los brillantes servicios, Trajano le
obsequió con una piedra de diamante que había recibido del emperador Nerva. Este
hecho era una antigua costumbre usada para designar al sucesor. Fue iniciada por
Augusto, como escribe Dion Casio en su Historia de Roma, quien entregó su anillo a
Agripa, indicando con este gesto, que sería su sucesor.
A pesar de todo ello, lo decisivo para su convencimiento, fue su segundo
nombramiento como tribuno.
IV. Las maquinaciones
Durante su vida sufrió las acechanzas de muchos que intentaron cercenar su afinidad
con Trajano para obstaculizar su ascenso al trono. Unos pocos hechos de los
constatados por autores muestran esta faceta poco conocida.
Julio Ursus Serviano, cuñado de Adriano, previno a Trajano de las deudas y gastos que
el joven había adquirido en los campos de batalla. También intento frustrar, cuando se
encontraban en Germania, que Adriano comunicara la muerte de Nerva a Trajano y su
ascenso al trono.
A tal fin averió su carruaje, pero Adriano alcanzó su cometido a pie adelantándose a
los emisarios enviados por Serviano. Esparciano nos comenta que era capaz de viajar
unos 32 km completamente armado.
No fue la única dificultad que asumió.
Escapó de un atentado durante un sacrificio organizado por Cayo Avidio Nigrino,
elegido por Adriano para que le sucediera, junto a Lusio y otros descontentos.
El maestro de los pajes de Trajano, que gozaba de la confianza del emperador, obró
para enemistarlos por indicación de Severiano Galo, antiguo amigo de Adriano, hecho
cuestionado por distintos autores por considerarlo corrupto.

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Después de su ascenso al trono siguieron las intrigas. La más llamativa de todas fue la
orquestada, de nuevo, por su cuñado Julio Serviano, que perseguía que su hijo
Pedanio Fusco, fuese designado sucesor.
La ambición de Serviano siempre estuvo vigilante sobre su cuñado antes y después de
que ascendiera al trono. Se trata de una figura histórica que no ha tenido un estudio
pormenorizado que arroje luz sobre su incidencia en los puntos oscuros en la
gobernación de Adriano. Su rango como senador y cónsul y su proximidad familiar son
elementos que invitan a ello.
V. La polémica de la adopción
Sin hijos, Trajano no designó a su sucesor. Xifilino confirma con rotundidad esta
circunstancia y Elio Esparciano no presenta discordancias relevantes. De hecho, se
conocía la voluntad de Trajano para designar como sucesor a Nerecio Prisco, un
senador y militar romano. Incluso llegó a decirle: Si me ocurre alguna desgracia te
confío las provincias.
Palabras pronunciadas, es posible, pero se desconoce el contexto en donde se dijeron
y no consta escrito alguno que recoja esa voluntad. Hipótesis muchas, realidades pocas
y es que los prejuicios alentados por la turbidez de las pasiones nublan la verdad de las
palabras.
Antiguos glosadores han dejado escrito la voluntad del emperador de imitar a
Alejandro de Macedonia: morir sin dejar sucesor; o bien proponer al Senado la
elección de su heredero escogido entre los designados en un documento. Incluso se
llegó a decir, que la elección de Adriano fue un ardid de Plotina. Teorías todas
recogidas por Elio Esparciano…
Cuando Trajano agonizaba, a causa de su enfermedad en Selinunte, en Cilicia
(Turquía), la emperatriz prohibió la entrada en los aposentos reales a cualquier
persona. Solo ella, Publio Acilio Atiano, caballero romano amigo del padre de Adriano
al servicio de la emperatriz y el asistente personal de Trajano, presenciaron – se
supone- el trance de su muerte.
Stewart Perowne mantiene que, puesto que Trajano no podía escribir por la parálisis
ocasionada por su enfermedad, sería posible que los documentos de la adopción de
Adriano tuvieron que ser firmados por Plotina.
La razón de esta sospecha arranca de la conjuración de varios senadores, afines a
Trajano y a sus ideas expansionistas, contra la vida de Adriano: Lusio Quieto, general
romano y gobernador de Judea; Aulus Cornelius Palma Frontonianus, senador romano
y gobernador de la Hispania Citerior; Lucio Publilio Celso, senador y Gayo Avidio

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Nigrino, político y militar, abuelo del futuro emperador Lucio Vero. Todos ellos fueron
ejecutados por el Senado, se cree que por incitación de Publio Acilio Atiano.
Nigrino fue ejecutado en Favencia; Celso en Bayas, Lusio encontrándose en camino y
Palma condenado a muerte en Terracina. Un suceso que marcó la memoria de los
romanos y que siempre fue reprochado al emperador.
Heinrich Graetz, nos dice que solamente la rápida acción de Adriano y de sus
seguidores, apoyado por Plotina, impidió a Lusio Quieto ser aclamado como
emperador. Desde luego, si no hubiese tenido el apoyo de Plotina y sus allegados,
Adriano hubiera tenido muy difícil la sucesión. Es justo reconocer este hecho dada la
concurrencia que existía para ocuparlo y la imposibilidad de Adriano de controlar todas
las conspiraciones, porque se encontraba en el ejército cumpliendo con su deber en el
conflictivo territorio de Siria.
VI. Ascenso a la silla imperial.
Adriano recibió su adoptio o carta de adopción el quinto día de los idus de agosto, es
decir, el 9 de agosto de 117, cuando se encontraba como legado en Siria (Antioquia).
Conoce la noticia de la muerte de Trajano dos días después, el 11 de agosto. En ese
momento es considerado como emperador por las legiones allí destinadas, aunque no
hubo tiempo y no era el lugar para ser investido por el Senado. Este hecho debe
tenerse como excepcional, puesto que la tradición imponía ser proclamado por el
Senado. Este requisito se quiso suavizar mediante una carta de Adriano que imploraba
comprensión por la urgencia de nombrar a un emperador tras la muerte de Trajano y
gobernar a un pueblo cercano a los 80 millones de personas.
VII. Semblante
Es descrito como un hombre bien parecido, de cabellos rubios y ojos claros que todos
los romanos, como nos comenta Montanelli, quisieron imitar. Inteligente, cultivado,
buen legionario, hombre de acción y amante de la conversación. En la obra De
Caesaribus atribuida a Aurelius Victor, es definido como Varius, multiplex, multiformis.
Hay otras definiciones más favorables.
Se dejó la barba, hecho hasta la fecha inédito, pues todos los emperadores se
rasuraban diariamente. Sentía afección por los estoicos y esta inclinación pudo
modelar su modo de gobernar y … su querencia a la barba. Aunque Montanelli estima
que poco le afectó estas inclinaciones estoicas, el hecho de considerarse prescindible,
de no querer ser hombre providencial, aunque sí hombre clemente, denotan una
inclinación hacia esta filosofía de vida. Gustaba del uso de expresiones arcaicas y en
sus decisiones políticas siempre tuvo un referente en Augusto.

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Evitó ser una figura fatua, de continua presencia en todo. Rechazó sentirse necesitado
y anhelado por todos, hecho que en tiempos de bonanza puede comprenderse,
aunque el carisma se aquilata ante los momentos más sombríos del poder. Fue
discreto y comedido, dentro de lo que son los usos y contexto de la época, elementos
que denotan una elegancia natural en su forma de comportarse. La elegancia es el
aroma de la armonía y es un factor importante en el modo de representarse a los
demás. Elegancia que refleja la conexión entre el alma de una persona y la verdad, la
belleza y el bien en el mundo.
Como hecho que aquilata su integridad, cuando Adriano, ya emperador, entró en
Roma victorioso por el triunfo de Trajano en Mesopotamia, hizo llevar en el desfile una
estatua de Trajano en el coche o biga porque suya había sido la victoria.
Pasó largas ausencias fuera de Roma. Sus viajes le llevaron 11 años.
Poseía una inclinación natural al orden y una virtud innata enfocada a la eficacia, un
afán de perfeccionamiento que solo se encuentra en aquellos que se entregan
decididamente a la patria. Estas notas de su carácter motivaron un cambio en muchas
cosas en múltiples aspectos y disciplinas. Sin embargo, ello tiene como consecuencia la
rémora de la hostilidad, siempre, pues rompe la costumbre, los hábitos y las rutinas,
engranajes sobre los que transita la vida cotidiana de los hombres comunes.
Fue un cosmopolita que rechazó la centralidad de Roma en favor de una política de las
provincias.
Conocedor de la importancia de la religión en la sociedad, como ya detectó Augusto,
no permitió ofensas públicas contra ella. Cuando ejercía como Pontífice máximo de la
religión romana, se ajustaba plenamente a su cometido sin permitir ningún
sentimiento de escepticismo o relajamiento de las costumbres. Aprendió que el
pasado siempre ha sido una luz que tenuemente ilumina el provenir.
Viajaba mucho y viajaba de incógnito, como cualquier peregrino, sin aparataje. Lo
acompañaba un séquito integrado por técnicos, arquitectos, ingenieros y obreros.
Viajes de inspección y de conocimiento en persona. Ordenaba la construcción de
puentes o vías, nombraba o destituía a cargos según los méritos o la falta de ellos y
acicalaba las ciudades para mejorar su aspecto.
No inscribía su nombre en los monumentos que levantaba, aunque sí le placía ponerlo
en las ciudades. Los monumentos son más efímeros que las ciudades, aunque todo
sujeto al imperativo de un tiempo que es implacable en su cadencia.
Estricto tradicionalista del antiguo orden romano no simpatizaba con la negligencia, la
incompetencia y la frivolidad, como nos ilustran Fikret Yegül y Diane Favro.

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Gracias a sus dotes de gobernante procuró estabilidad y felicidad al imperio. Es decir,
aplicó racionalidad, aunque no puede saberse si los ciudadanos romanos percibieron
ese periodo virtuoso que disfrutaron. Suele pasar que las gentes reparan en lo
excelente cuando
Matiza Gebhardt que la felicidad que ofreció a todos no pudo alcanzarla para sí. Este
comentario es verosímil dado ese genio perfeccionista de Adriano. Yo creo que
encontró en la arquitectura y en el arte una sublimación de su soledad, que llenó sus
vacíos de vida.
VIII. La uniformidad del Edicto frente al caos legal
Obró una simplificación del Derecho existente hasta aquellos días. En esta tarea fueron
decisivas las aportaciones del jurisconsulto Juliano, que codificó el Derecho, en el
llamado Edicto Perpetuo, conocido en latín como Edictum perpetuum praetoris, en el
año 129.
Esta iniciativa compiladora dejó una huella profunda en la ordenación jurídica futura.
El Edicto Perpetuo supuso la organización, clarificación de un todo jurídico inabarcable
y fallido, retorcido y absurdo en muchas disposiciones, en donde el tiempo se
paralizaba por lo indescifrable de cualquier actuación.
No era la sistematicidad normativa una cualidad destacable.
El Edicto Perpetuo fue reconstruido por Otto Lenel en 1883. Junto a un Edicto general,
concurrían varios edictos con modelos de fórmulas referidas a agravios personales,
escarnio público, atentados al pudor de una mujer honrada o de un impúber, entre
otras acciones.
Confirió preferencia a la legislación imperial, especialmente a los rescripta y epistulae.
Los rescripta eran una modalidad de constitución imperial que recogía la voluntad del
emperador sobre puntos jurídicos controvertidos a petición de las partes en un
conflicto. La voluntad del emperador se impone de modo preferente y evita analizar si
esa voluntad se exteriorizaba a través de edicta o decretum. Adriano estableció las
fuentes del Derecho, y colocó a los rescripta como preferente a la jurisprudencia, dado
su carácter centralista.
Modificó la Administración del Imperio, designó como funcionarios a los equites u
ordo equester, caballeros romanos, colocados en las distintas áreas funcionales
dependientes directamente del emperador. Hecho que continúo practicándose
durante todo el Imperio romano hasta su colapso.
Ofreció una carrera administrativa, un cursus honorum, como opción para
promocionar en la carrera administrativa de los funcionarios, un salario y un rango,
como expone Torrent.

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Se crearon nuevos puestos públicos, como el legati Augusti pro praetore,
inspeccionaba el gobierno de las provincias; el legati legionis, administraba el mando
de las legiones; el praefecti praetorio, jefe de la guardia imperial y encargado de
entender en asuntos civiles y criminales; el praefectus urbi, que representa al príncipe
en su ausencia y detenta la jefatura de policía de la ciudad; el praefectus vigilum,
coordina las funciones de vigilancia, especialmente nocturna, entre otros …
Institucionalizó el consejo del príncipe con la consiguiente reestructuración de la
cancillería imperial.
Otros aspectos destacables en su legislación son el reconocimiento a la mujer de la
capacidad de testar, así como el derecho de suceder a sus hijos.
Redujo el número de recaudadores, eliminó los intermediarios en el cobro de tasas y
persiguió a los evasores cuyo capital se integraba en el Tesoro público. Permitió que
los hijos de los delincuentes cobrasen, al menos, una doceava parte del caudal
hereditario. Consintió heredar a los hijos ilegítimos de los soldados. No aceptó legados
de desconocidos, nunca de nadie a quien sobrevivieran descendientes.
Frente a las denuncias de las autoridades provinciales contra los cristianos, mantuvo
las normas dictadas por Trajano, prohibió las denuncias falsas y exigió, en todo caso,
un juicio con todas las pruebas.
Conforme a Villamil Castro, Adriano, conmovido por la lectura de la Apología de S.
Cuadrato, permitió a los cristianos reunirse públicamente en unos pequeños edificios,
que tomaron su nombre y se llamaron adrianeos.
Redujo la presión fiscal, lo que estimuló el consumo y provocó una etapa de
prosperidad económica.
Quedan, para la historia del Derecho, dos leyes importantes: La Lex Adriana de rudibus
agris, que obligaba a obtener rendimiento de las tierras para producir alimento, y la
Ley olearia, conocida por su edición IG. II, número 1100, en donde se detallan normas
para el suministro de aceite.
En Cástulo (Linares, Jaén) se conserva la cabecera de un rescripto sagrado sobre el
aceite, lo que prueba que Adriano se ocupó de la producción de aceite en el sur de
Hispania.
Prohibió los sacrificios humanos y los baños públicos mixtos, de hombres y mujeres.
Promovió la publicación de leyes contra la corrupción y condenó la barbarie del
comercio de esclavos. Debe recordarse que el esclavo era una cosa, sometido al
criterio de sus amos, como un mueble más. La más leve sospecha motivaba
entregarlos a la tortura y la legislación preveía sus castigos: planchas de hierro

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candente, garfios para despedazar las carnes, potros para descoyuntar los miembros y
un largo número de suplicios. Cuando llegaban a la vejez o caían en la enfermedad,
eran abandonados a su suerte fuera de la domus… solo el cristianismo pudo poner fin
a estas prácticas inmemoriales, por otro lado, no extrañas en otras civilizaciones
menos conocidas.
A título anecdótico, Adriano imprimió moneda, denarios, en donde queda
representada una alegoría de España como una matrona, con una rama de olivo en
una mano y, a sus pies, un conejo. La leyenda en el reverso aparece el nombre de
Hispania y en el anverso Hadrianus Avg. Cos. III P.P.

IX. Política exterior.
Nada más tomar el poder adoptó una política que difirió radicalmente de la mantenida
por Trajano. Su aportación fue mantener la paz de modo prioritario.
No podría definirse con lo que se entiende hoy como pacifista, sino una consecuencia
de la sabiduría griega en aplicación de la idea de equilibrio. La — la virtud de superar
los obstáculos y miedos que nos presenta la vida-, con la eubouia — la búsqueda de
consejos necesarios y precisos para actuar con prudencia—.
El fragmento filosófico que fundamentó este criterio fue: «La mayoría defiende lo suyo
y no quiere lo ajeno con peligro». La andreia y la eubouia perseguían una finalidad, y
era la búsqueda del bien, un bien para la patria, que es un bien para los ciudadanos.
La decisión fue clara y sin vacilaciones. Adriano asumió una política ajustada para
consolidar un imperio sumido en interminables guerras: los mauritanos incrementaron
los ataques en África, los sármatas excitaban a la lucha; los britanos oponían
resistencia; Egipto era un hervidero de sediciones y los territorios de Libia y Palestina
presagiaban levantamientos.
Abandonó todas las conquistas alcanzadas por Roma más allá del Tigris y del Éufrates y
concedió la libertad a los habitantes de Macedonia. Apartó a Parthamasiris del trono
de los partos, pues no era reconocido como tal.
Abandonarse a las ansias expansionistas de Trajano suponía embarcarse en una serie
sin fin de conflictos, ahogarían al Imperio por los gastos ingentes, por mantener
múltiples legiones en combate en distintos puntos de un imperio acosado por
bárbaros. Ese fue el motivo por el que sustituyó a muchos consejeros de Trajano,
como Lucio Quieto, jefe de la caballería integrada por mauri, procedentes del norte de
África, y Sulpicio Similis.

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Aparecieron otros ministros con ideas distintas como Marcio Turbo y Septicius Clarus,
amigo personal de los historiadores Suetonio y Plinio El Joven. Con todos ellos
alcanzó una gran estabilidad en el gobierno, antecedente necesario de sus objetivos.
Sin embargo, los acontecimientos venideros truncarían esta vocación al tener que
intervenir decisivamente en algunos puntos del Imperio.
En Reino Unido construyó un muro desde Wallsend on Tyne, cerca del mar del Norte,
hasta Bowness on Solway, en el mar de Irlanda. Marcaba la frontera entre la Britania
romana y la Caledonia no conquistada, al norte, en donde habitaban tribus indómitas
como los pictus y vikingos.
Tuvo una longitud de 117.5 km. Era de 3 m de ancho y de 5 a 6 m de alto. El muro
comprendía un foso, una muralla, una vía militar y un vallum, foso con montículos
adyacentes. Lo complementaban castillos miliares con dos torretas entre cada uno y
una fortificación cada cinco millas romanas (una milla romana equivale a 1481 m). La
muralla data del año 118 y fue defendida por romanos de todas las provincias hasta el
s. V. cuando el imperio colapsó. En 1987, fue catalogado por la Unesco, Patrimonio de
la Humanidad.
Como hechos de guerra más sobresalientes, debe citarse la intervención militar en
Judea en el año 134, en donde sus gentes aspiraban a expulsar a los romanos de sus
tierras, hecho que no era nuevo. No se conoce con certeza el origen de esta rebelión.
La literatura rabínica expone como causa la persecución a que fueron sometidos los
hebreos, que les provocó miedo y promovió la apostasía. Se habla también que fue
motivada por la prohibición romana a la circuncisión, pues Adriano aborrecía la
mutilación y parece ser que equiparó a ambas. Además, existía la voluntad de
helenizar todo el territorio, ideas que muchas de ellas se oponían a las judías
monoteístas.
Otros autores defienden como hipótesis que la causa de la revuelta fue la voluntad
romana de edificar un templo a Júpiter en Jerusalén. Posiblemente, fueron muchas las
raíces que enervaron al pueblo judío desde lo más profundo de su espíritu, como eran,
sin duda, su religión y sus creencias.
La nación se levantó acaudillada por Bar Kokhba, aclamado como Mesías por el rabino
Akiva ben Yosef quien le dio el sobrenombre de Hijo de la Estrella. Kokhba adoptó el
título de príncipe.
Atacaron a la Legio XXII Deiotoriana, destinada en Judea. Esta Legio fue creada en el
año 48 a. C. con el nombre de un dios galaico. La integraban 12.000 legionarios y 2.000
jinetes. Cicerón escribió que estaba dividida en treinta cohortes. Consecuencia de su
derrota desapareció para siempre, como era costumbre militar para las unidades
malogradas. Aunque, según Peter Schafer: «La desaparición de la Legio XXII

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Deiotariana en relación con la revuelta de Bar Kokhba es incierta y generalmente no se
acepta como un hecho».
La realidad es que la unidad militar como tal no apareció en ninguna otra crónica tras
la revuelta de Judea. Una inscripción citándola se borró de la piedra y quizás se deba a
una damnatio memoriae por la derrota sufrida. Sea como fuere, el nombre de la Legio
XXII nunca más se transcribió en ninguna superficie.
Los sediciosos acuñaron su moneda con la leyenda: «Año 1 de la liberación de
Jerusalén».
Estos acontecimientos motivaron la presencia de Adriano en Judea. Convocó de
inmediato al gobernador de Britania, Cayo Julio Severo, quien acudió con la Legio X
Fretensis y tropas danubianas, en total, unos 20.000 legionarios. Esta unidad militar se
caracterizaba por disponer de catapultas capaces de disparar piedras de unos 25 kilos
a una distancia de 400 m o dos estadios. La Legio X intervino en la primera guerra de
Judea durante los años 66-73.
Los sucesos bélicos fueron intensos y fieros y se desarrollaron durante los años 132 a
135. Adriano se retiró de la batalla y regresó a Roma, dejando al mando a Cayo Julio
Severo.
Vencidos los sediciosos y su caudillo Bar Kokhba, se destruyó toda la ciudad y se
levantó otra en su lugar, en donde se edificaron monumentos a las deidades romanas.
Con esta actitud constructiva se violaba abiertamente las prescripciones del Antiguo
Testamento. Cambió el nombre de Jerusalén por el de Elia Capitolina. Se suprimió la
provincia de Judea, quedando fusionada con la de Siria-Palestina, en reconocimiento a
los enemigos de los judíos, los filisteos. Se prohibió, incluso, a los hebreos girar la vista
hacia el lugar en donde estuvo la antigua ciudad.
Muchos judíos marcharon a España, y acrecentó su número con los llegados en
tiempos de Tito. Las vinculaciones de Judea con España son antiguas y profundas
porque están cinceladas en lo indeleble de la historia.
X. Adriano en España.
Como emperador visitó Hispania, y convocó a los colonos a una asamblea en el año
122 en Tarraco para dirimir los conflictos surgidos por un reclutamiento excesivo de
soldados de origen hispano. Acudieron de todas las ciudades, pero no así los de Italica,
por razones desconocidas. Frente a la oratoria suplicante de Adriano, los dignatarios
declinaron la demanda por razones de supervivencia, pero ofrecieron banquetes y
fiestas.

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En Tarraco restauró el antiguo templo de Augusto y comprendió los halagos que el
poeta Floro vertió sobre esta ciudad, en donde vivió algunos años impartiendo la
disciplina de retórica.
Tarraco siempre atrajo a los emperadores por la calidez de sus gentes, su clima
benigno y su enclave estratégico. La colmaron de monumentos y obras públicas que
hoy pueden contemplarse como ciertos indicios de su esplendor y calidez.
No olvidó a Italica. Rediseñó la ciudad conforme a los modelos de Oriente. Testigo de
esta voluntad ornamental pueden verse hoy una escultura de Venus de tipo
alejandrino, una cabeza y torso de Adonis y una escultura de la diosa de la caza.
XI. Sucesión.
En el año 138, Adriano adopta como heredero a un senador senior, Antonino, pero le
exigió que adoptara a un joven, Verus, hijo de Lucio Ceionio Cómodo, conocido como
Lucio Elio Cesar, junto a su sobrino, Marco Annio Vero, más conocido como Marco
Aurelio.
Su anciano rival y cuñado, Julio Serviano, cónsul por tercera vez, y su nieto, Pedanio
Fusco, sobrino nieto del emperador, no admitieron este cambio de criterio. La
adopción de Adriano ocasiona que Serviano intentara revocarla y, ante su fracaso,
incitase un golpe de Estado intentado por Salinator que quedó frustrado. Los
culpables fueron ejecutados en el año 136 y con ello quedó garantizada la voluntad
hereditaria del emperador.
La doble adopción impuesta a Antonino tuvo su antecedente en Augusto, que había
hecho una exigencia similar a Tiberio.
Puede que Adriano no fuera admirado por muchos, pero todo el imperio, desde las
provincias hasta Roma, le deben un periodo de prosperidad y de paz que ha sido
calificado por autores como el más equilibrado y fecundo de toda la historia romana.
Este es un esbozo, muy reducido, de la vida de un hombre que todavía hoy levanta
pasiones por su modo de vivir, de pensar y de gobernar. Un emperador amante de la
perfección y la eficacia que sublimó su soledad entregándose a la arquitectura , a las
artes y a la gobernación de los hombres y sus territorios.