Cinco madres, cinco hijos muertos y cinco luces al final del túnel
¿Puede una madre sobrevivir a la muerte de un hijo? ¿Debe? ¿Puede? ¿Cómo? Inma, Lola, Rocío, Candela y Valle están en ello, junto a otras 48 madres que se reúnen cada mes en la parroquia de Santa María de Caná, en Pozuelo de Alarcón, Madrid. Ante el dolor más grande del mundo, ellas se convierten en espejo para ayudar a salir del hoyo a las madres a las que les estalle la bomba más dura. Las cinco han conseguido ver la luz al final de un túnel que es eterno
Cae noviembre y caen las hojas de otoño. Muchas secas y algunas verdes. Se balancean y se posan con un requiescat in pace que no despierta a un mundo acostumbrado a ver morir, a pasar página y a leer esquelas de otros. Hasta que la muerte llama a su puerta…
-Señora, su hijo ha fallecido en un accidente.
Entonces, cuando la hoja marchita se posa en la tierra, se oye el estruendo de una bomba dentro del corazón imposible de apaciguar, porque lo normal es que los padres precedan a sus hijos en las tumbas, y no hay corazón de madre que soporte a solas que se haya apagado la luz que dieron al mundo para siempre.
Es martes 13 de noviembre. En semicírculo, juntas, amigas, unidas por el dolor y el empuje de andar de la mano, cinco madres que un día enterraron a sus hijos, nos enseñan la dirección de la salida de urgencia-esperanza.
Inma, Lola, Rocío, Candela y Valle son nombres figurados de madres que viven en Madrid y han perdido un hijo o una hija. Pónganse en su piel. No se sienten víctimas, pero prefieren llevar con discreción su historia contándola para ayudar, pero sin enseñar sus caras y evitando que Google grabe sus nombres a fuego en el archivo de las tragedias. Porque, paradojas de la vida, estas madres-madres han estallado por dentro y se están recomponiendo como heroínas de asfalto.
Nos metemos en sus historias con pies de plomo. No nos hace falta saber cómo son sus rostros para entender el camino que han andado hasta llegar hasta aquí y hacerlo, incluso, con una sonrisa…
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Lola lo expresa con voz de madre que ha sufrido mucho. Apagadas las cuerdas vocales, pero encendidos los ojos con una curiosa paz: “Cuando se te muere un hijo es como si te estallara una bomba dentro que te destruye entera. Después tienes que ir recolocándote todo lo que te ha destrozado”.
“Cuando se te muere un hijo es como si te estallara una bomba dentro que te destruye entera. Después tienes que ir recolocándote todo lo que te ha destrozado”.
El caso es que estas cinco madres, como todas las madres del mundo, pensaron muchas veces: “Si a mi hijo le pasa algo, me muero”. Y, sin embargo, están vivas. Muy vivas. Y apostilla Candela: ¿Y ahora, qué?
Además, en petit comité de reúnen ellas por su cuenta con un café de por medio para contar lo que bulle dentro, para escuchar, para aprender y para seguir adelante. En esos encuentros “siempre habla la que más lo necesita, o las que están más perdidas”, apunta Inma. Y surgen preguntas, y respuestas, y modos y maneras que todas entienden de la misma forma, como si se miraran en un espejo. Ven que la experiencia desgarradora es idéntica y cada cual escoge la farmacopea que les corresponde en cada etapa mientras caminan por el túnel.
Dice Rocío que “perder un hijo, por suerte, no es una experiencia común. Rodearte de personas que han pasado por este mismo trance es lo mejor que te puede pasar, porque hay una sintonía total que nos ayuda a entender mejor cada paso, cada sentimiento, cada subida y cada retroceso. Es hablar con un espejo que te prepara para afrontar mejor cada milímetro de esta montaña rusa”.
“Perder un hijo, por suerte, no es una experiencia común. Rodearte de personas que han pasado por este mismo trance es lo mejor que te puede pasar, porque hay una sintonía total
Valle expone que “la muerte de un hijo es una experiencia tan desgarradora que solo quienes la han vivido te entienden a la perfección. Aunque sigas queriendo a tu hijo para siempre en otra dimensión, hay una fuente de amor que se corta en seco. No es lo mismo no poder achucharlo… Pero cuando compartes lo que sientes –dolor, culpabilidad, ganas de desaparecer…-, ayuda. No hablas de teorías ni de un patrón de comportamiento o sentimientos. Es nuestra propia experiencia, que es muy común”.
De este grupo pionero ha surgido ya una filial en Sevilla. Y en la parroquia del Santo Cristo de la Misericordia, en Boadilla del Monte, el padre Sigris ha puesto en marcha otro similar para matrimonios. Las madres sufrientes han conectado con la iglesia con la fuerza de un imán. ¿Por qué?
“Cuando se te muere un hijo pierdes por completo el sentido de tu vida. Estás totalmente descolada. No sabes, ni siquiera, qué hacer contigo misma. Para mí fue clave entender que o trascendía un poco, o en este mundo ya no tenía nada que hacer”
Lola no tenía fe y andaba en las periferias de la práctica religiosa, también cuando su hija se puso enferma. El cambio fue paulatino durante los nueve años de un cáncer mortal bajo el mismo techo. “Fui teniendo fe, gracias a esta iglesia, y me ayudó mucho a vivir aquella dura enfermedad. Y también le sirvió a mi hija para morir en paz. Me han ayudado tanto los sacerdotes que por eso escribí esta carta en El País [detonante de esta conversación a cinco bandas]. Me indigna que solo se digan cosas malas de los sacerdotes con la cantidad de bien que hacen en el mundo”.
Inma destaca que “paladear la esperanza me salvó bastante. Con la fe que he tenido desde siempre entendí que no todo se termina aquí. Pensar que dentro de poco, menos de lo que pensamos, vamos a estar otra vez con nuestros hijos fallecidos es un asidero radical”.
Valle se educó en el Catolicismo, pero lo que ha vivido desde la muerte de su hijo “es un antes y un después. Yo entré en la fe por el dolor. Creo que Dios ha venido a mi rescate”.
Silencio.
Candela: “Eso me lo dicen muchas veces. Que si es mi tabla de salvación, que si es una salida en falso para no afrontar de cara la realidad. El que no tiene fe no lo entiende. El que no tiene fe no es capaz de comprender la alegría interior que yo tengo”.
Nosotros no podemos evitar las cosas que nos pasan, pero somos los responsables de la cara que ponemos ante las cosas que nos pasan. La fe es inexplicable, pero mi experiencia es que te ofrece todas las armas para luchar y para entender lo que te sucede
Rocío: “Con la fe yo no me estoy agarrando a un clavo ardiendo. Tener fe es un regalo que enseña a mirar la vida de verdad de otra forma. No es huir, es darle un sentido último a todas las cosas, también a una tragedia mortal”.
Lola: “Yo no tenía fe y entiendo perfectamente a las personas que opinan así. Entiendo que la fe es algo muy íntimo y sentirla es una suerte, a pesar de los pesares”.
Valle: “Cuando oigo estas preguntas a mi alrededor, me callo y doy gracias por tener fe, porque me siento una persona afortunada”.
Inma: “Nosotros no podemos evitar las cosas que nos pasan, pero somos los responsables de la cara que ponemos ante las cosas que nos pasan. La fe es inexplicable, pero mi experiencia es que te ofrece todas las armas para luchar y para entender lo que te sucede. Si alguien piensa que con la muerte se acaba todo, cuando le pase lo que me ha ocurrido a mí entenderá mejor cómo gracias a la fe puedes sobrevivir”.
En ese trayecto difícil, lo que más ayuda es “que te quieran”. Lógicamente, continúa Candela, “las personas que están a tu alrededor a veces no saben cómo reaccionar ante el sufrimiento que has vivido. No pasa nada. Solo el amor de verdad basta. Las palabras consuelan poco y nunca sacian el dolor. La presencia y la compañía de la gente a la que quieres es lo que más aporta”.
Lo que más les duele a estas madres es que desde el día en el que una esquela forma parte de sus biografías “nos miren con pena, nos consideren probrecillas, y nos atiendan con compasión. De alguna manera, necesitas saber que ni siquiera en positivo estás estigmatizada”, sostiene Inma.
El soporte vital básico desde el principio lo encuentran en sus maridos y en sus familias. Ahora, además, las cinco se apoyan en esta iglesia del milagro de Caná, que convierte el agua de su dolor en vino de esperanza. Todas estas manos no quitan que, de vez en cuando, la montaña rusa acelere la bajada, como dice Rocío: “Hay fechas, como su cumpleaños, el aniversario de su fallecimiento o la Navidad en las que lo que me pide el cuerpo es recogerme conmigo misma y con mi pequeña.
La experiencia de Candela, Rocío e Inma es que “no nos ha ayudado ir al psicólogo. Nos ha servido hablar con un sacerdote, que está disponible las 24 horas al día, y es gratis”.
“No nos ha ayudado ir al psicólogo. Nos ha servido hablar con un sacerdote, que está disponible las 24 horas al día, y es gratis”
Y mientras van dando pasos, a veces pequeños, a veces grandes, los medios de comunicación se convierten en pruebas de obstáculos…
“Ante casos de padres que han perdido a sus hijos, la prensa se extralimita informando. Los padres no necesitamos que estén todo el día echándonos a la cara el horror”
Valle es más contundente: “La prensa amarilla se olvida completamente del dolor que rodea a todas nuestras familias. Para aceptar y superar la muerte de un hijo es más importante de lo que parece comprobar que la sociedad se hace cómplice de nuestro dolor respetando nuestro duelo”.
“Hemos sufrido, y nos duele la pérdida de un hijo, pero nosotras no somos madres amargadas. ¡Al contrario!
¿El dolor os ha hecho mejores? Candela responde directamente: “Yo soy otra persona, no sé si mejor o peor. Pero desde luego relativizo muchas cosas secundarias, estoy más contenta, y aprovecho cualquier cosa para disfrutar más de la vida”. Rocío añade que “el dolor te hace mucho más humana y más sensible a las cosas de los demás”, y Valle asiente y suma esta reflexión: “El dolor te ayuda a estar más preparada para volcarte con el sufrimiento ajeno. A mí se me habían pasado por alto problemas importantes de los demás porque no tenía ni la envergadura ni la capacidad para comprenderles bien. Ahora estamos más atentas a los que nos rodean. El dolor es un componente importante para ser más completos. Hay que vivirlo”.
***
Salimos de la parroquia de Caná. Es de noche, pero siguen cayendo hojas de otoño caducas mojadas, pisadas y discretas.
Entre el día de los muertos y la Navidad. Este es el momento para contar una historia de luces brillantes e intensas al final del túnel. El infierno de dolor de madre lo han apagado las cinco, heroicamente, para siempre, porque no están solas y miran hacia arriba.
Han pasado unos días desde que hablamos a tumba abierta. A Inma, a Lola, a Candela, a Rocío y a Valle se las oye todavía con esta canción de Luz Casal de fondo, porque el estribillo son, justo, ellas. Y la luz, también.
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