Cuidado que el Estado es cada vez más abusón

El Estado se está pasando con el recorte de derechos a los ciudadanos

Tengo un amigo que lleva meses insistiendo en esta idea casi de forma monotemática: el Estado se está pasando tres pueblos y medio con el recorte de derechos a los ciudadanos; cuidado, cuidado, cuidado; es un abuso en toda regla; nos están atropellando; nos estamos dejando atropellar.

Admito que al principio no le hice mucho caso: una crisis sanitaria mundial como la que estamos padeciendo me parece que justifica enteramente las restricciones adoptadas. Sí, también los confinamientos domiciliarios, los cierres perimetrales, la obligatoriedad de portar mascarillas, los toques de queda, las multas por salir a la calle sin causa justificada en pleno encerramiento, la clausura de establecimientos de riesgo, las actuaciones contra fiestas ilegales en viviendas particulares…

Sin embargo, ahora admito que el discurso de mi amigo empieza a calar en mi, coincidiendo también con el surgir de voces que apuntan en esa dirección: haríamos bien en empezar a medir mejor las disposiciones legales que nos estamos dando, no vaya a ser que estemos erosionando algo muy delicado.

Por lo pronto llama la atención que se haya rebajado el debate parlamentario y las sesiones de control al Gobierno central. Primer peligro. Les pongo un ejemplo concreto: el decreto sobre el estado de alarma. Esta figura -la del estado de alarma- es tan poderosa, tan fuerte, tan avasalladora, que, visto con perspectiva, no parece muy buena medida haberla aprobado durante seis meses sin revisión posible en este tiempo.

Se estableció así con la aquiescencia de una mayoría del Congreso para mayor comodidad del Gobierno, que temía nuevas derrotas parlamentarias. Es decir, por mera conveniencia política nos hemos dado un decreto de tal calibre que el legislador que lo concibió estableció que debía ser refrendado cada quince días. Precisamente para evitar abusos. Pues no. Llevamos seis meses bajo ese paraguas abusador.

Vídeo del día

Al menos 16 muertos en el incendio de
un centro comercial en China

 

Ojo. El Estado y nuestros gobernantes van a reclamar siempre el mayor poder posible. Está en el ser natural de quienes ejercen el dominio ir ampliando –si les dejamos- su capacidad de control. Así se legisla mejor, es cierto, con menos dolores de cabeza, menos riesgo de perder votaciones, menos necesidad de pactar con la oposición… Es una vida más plácida, sin duda. Otra cosa es que sea más ecuánime, más democrática, más conveniente para los ciudadanos.

Pongo otros dos ejemplos recientes:

Uno. El pasado martes se anunció la aprobación de una ley que obliga al uso de la mascarilla al aire libre, también en montes y playas, haya o no distancia de seguridad. Fue una chapuza en toda regla y a las pocas horas el Ejecutivo anunció una posible modificación para no exagerar. Ha acabado siendo un arma de doble filo, porque si el ciudadano percibe falta de proporcionalidad o de justificación científica en tan duras restricciones, el Estado acaba fomentando la desobediencia civil. Esto no puede pasar. Lo que ha sucedido demuestra que al gobernante se le está yendo la mano.

Dos. El debate sobre la patada en la puerta para irrumpir, sin orden judicial, en viviendas, apartamentos o residencias donde se estén celebrando fiestas ilegales ha puesto sobre la mesa un asunto muy grave. Dilemas que crearon, años atrás, encendidas proclamas en la izquierda que ahora parece justificar este recurso. El Tribunal Constitucional se ha pronunciado varias veces recordando que un apartamento, una habitación de hotel y hasta un bar donde el dueño ponga un jergón para dormir es “morada”. Y, por lo tanto, la Policía debe presentar una orden judicial si quiere echar la puerta abajo. Es muy importante que estas cuestiones se traten con mimo –especialmente si el ministro del Interior es un juez, aunque sea de instrucción- porque nos jugamos mucho, prácticamente todo.

Por cierto. Ya se habló hace unos años del riesgo de primar la seguridad sobre las libertades cuando el terrorismo yihadista llevó el pánico hasta las calles de nuestras ciudades. El riesgo de renunciar a derechos con tal de lograr un mundo de ensueño, hipervigilado, seguro y tranquilo, es crear Estados policiales asfixiantes y abusones.

Más en twitter: @javierfumero