José Apezarena

Dos héroes

La visita a la celda donde durante 18 años permaneció preso Nelson Mandela, la número 5 de la sección B en el penal de Robben Island, es uno de los momentos que recuerdo con más intensidad de mis viajes como enviado especial.

Me encontraba cubriendo informativamente la visita de los reyes a Sudáfrica, y pudimos hacer en barco el trayecto hasta el islote donde se levantaba la cárcel, y recorrer las instalaciones hasta llegar a la histórica celda.

No muy lejos, podía verse la zona donde los presos, condenados a trabajos forzados, labraban la piedra a golpe de martillo y cincel, hasta elaborar unos adoquines cuadrados, que a continuación los carceleros arrojaban al mar.

Sentados sobre aquel terreno cubierto de arena blanca, que reflejaba los rayos de un sol implacable, los presos acababan cegados. Mandela perdió casi totalmente la vista.

Escuchar allí mismo la historia de aquel hombre, condenado por el régimen de apartheid al aislamiento durante décadas, alejado de su familia, y que sin embargo cuando salió libre renunció a la venganza, porque entendió que la única manera de salvar a su país era convivir con los blancos, resultaba estremecedora.

Nelson Mandela recibió en vida todos los reconocimientos y ahora, en su muerte, los homenajes resultan interminables. Y todo eso lo mereció.

Durante esa visita a Sudáfrica escuché también la historia de otro personaje, éste un blanco, sin el que la normalización política del país, o no habría sido posible, o habría costado muchos más años y, desde luego, abundante derramamiento de sangre.

Me refiero a Frederick de Klerk, el hombre que, siendo presidente del país, decidió poner en libertad a Mandela y tuvo el valor de apostar por una salida pacífica al conflicto racial en Sudáfrica, con la supresión del apartheid, la legalización del CNA y la celebración de unas elecciones libres que le costaron la presidencia, sustituido por Mandela.

Él también tuvo la visión clara de que la única solución con futuro era convivir, y trabajó por ello a pesar de las resistencia, y aun la oposición, de una gran parte de la población blanca.

 

La solución pacífica al problema racial en Sudáfrica fue un milagro, del que fueron responsables esos dos hombres. En 1993, ambos recibieron el premio Nobel de la Paz.

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