El (mal) amigo americano

Cuando se visita Annapolis, sede de la academia de la US Navy, en los jardines pueden verse, como objetos de adorno, buen número de viejas piezas de artillería procedentes de barcos.

Si quien recorre esos jardines es hispano y lee los carteles que los acompañan, le entra cierto escalofrío al comprobar que esos cañones proceden de barcos españoles capturados o hundidos por la marina norteamericana en la por nosotros llamada ‘guerra de Cuba’.

La actuación de los Estados Unidos de Norteamérica respecto a España en el proceso de independencia cubana puede calificarse, como poco, de alevosa.

La diplomacia norteamericana tiene fama de no andarse con chiquitas, cuando de lo que se trata es de defender los intereses de la nación; y de no pararse en barras, ni con personas, ni con organismos, ni con países. Ellos no juegan.

Viene a cuento de la certeza de que también España ha sido víctima del escandaloso espionaje que se ha denunciado respecto a grandes países, como es el caso de Brasil, pero también de Francia y otros más.

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Las naciones afectadas se han plantado y están exigiendo a Washington: 1) que pida disculpas ya; 2) que garantice que ha cesado cualquier vigilancia que todavía existiera.

Me gustaría que el Gobierno español también ponga pies en pared y reclame las mismas garantías. Si no lo hiciera por propia estima, debe hacerlo por respeto a todos nosotros, para que no nos tomen a los españoles por el pito de un sereno. Como hicieron en Cuba, por volver a lo mismo.

Es que el llamado amigo americano es en ocasiones casi peor que un enemigo.

Y, de paso que el Gobierno se planta por el espionaje, que reclame también la retirada de los cañones que se exhiben en Annapolis y su devolución a España.