Vicepresidente José Blanco

Es cierto que, cuando saltó desde Galicia a la política nacional, no había terminado la carrera de Derecho: más bien estaba apenas iniciada. Pero, como él mismo ha declarado en alguna ocasión, durante estos años ha cursado un máster de primera división: nada menos que gestionar un partido como el PSOE y dirigir con éxito varias campañas electorales. Es todo un currículo, desde luego.

Desde aquellos comienzos en Madrid, y durante largo tiempo, se le conocía como “Pepe”, aunque no pocos le llamaban “Pepiño”, en estos casos casi siempre con una voluntad de menosprecio. Algunos de esos, por cierto, ahora le denominan José, y no le dicen “don José” porque quedarían demasiado mal.

Lo cierto es que José Blanco se ha convertido en la “revelación” del último Gobierno de Zapatero, gracias a una inteligente y muy política (en el sentido profundo de la palabra) gestión del ministerio de Fomento.

La debilidad manifiesta del presidente del Gobierno, la inanidad del actual Ejecutivo, la debilidad del mensaje que impulsa el partido, han obligado a los cerebros socialistas a volver la mirada hacia Blanco como una de las soluciones. Ya se adelantó en las páginas de ECD (véalo aquí), y luego lo ha rebotado todo el mundo, que se había acordado ponerle en primer plano, como referente político e ideológico y “portavoz bis” del Gobierno, que es como se le viene denominando ya.

Esta semana se ha materializado esa ascensión, con su presencia en el “tridente” de negociadores del pacto económico, junto a la vicepresidenta Elena Espinosa y el titular de industria, Miguel Sebastián. De ese grupo, el cerebro político (por razones obvias, el económico no lo va a ser) es, sin duda, el ministro de Fomento. Más aún: la idea de crear la comisión y lanzar esa propuesta durante el Pleno del Congreso fue precisamente suya. Hasta el punto de que hay quien la denomina la “comisión Blanco”.

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Detenido en Nerja un prófugo escocés
cuando practicaba calistenia

 

El declive final de Fernández de la Vega

La visualización del nuevo papel de José Blanco y la marginación de la vicepresidenta primera de la comisión tripartita, han puesto en evidencia el declive definitivo de María Teresa Fernández de la Vega como “número dos” del Gobierno. Se veía venir, estaba claro que cada día ella contaba menos, pero lo ocurrido esta semana ha sido el remate final.

Ya se ha comentado que otro síntoma más del aparcamiento de De la Vega es el intencionado gesto de Soraya Sáenz de Santamaría de dirigir su próxima pregunta parlamentaria, no a la vicepresidenta primera, como había hecho hasta aquí, sino a su compañera Elena Salgado. El PP ha querido así dar la puntilla.

Es claro que Rodríguez Zapatero afrontará un cambio de Gobierno en cuanto termine la presidencia de la Unión Europea. Podría optar por dejar pasar el verano, para que los efectos habitualmente positivos de una crisis no se agosten en verano sino que, al contrario, en septiembre-octubre, puedan servir como rampa de lanzamiento para un crucial nuevo curso político, que afronta elecciones catalanas primero y la campaña de las autonómicas y municipales después.

Todo indica que el presidente del Gobierno intentará echar el resto, y colocar en ese nuevo equipo los pesos pesados que le quedan. Y que José Blanco será una de las piezas claves, muy posiblemente como vicepresidente en sustitución de la sentenciada Fernández de la Vega.

El papel de Rubalcaba

Así pues, José Blanco será vicepresidente en el nuevo Gobierno. ¿Vicepresidente político?  Podría ser. Pero es que, si Zapatero echa mano de su mejor arsenal para ese nuevo equipo, resulta más que probable que recurra otra vez al astuto y todavía nada desgastado Alfredo Pérez Rubalcaba.

Ese movimiento de “ascenso” obligaría a nombrarle también vicepresidente. Y una alineación así, con Rubalcaba y Blanco como vicepresidentes, sí que daría prestancia al Gobierno, todo lo contrario de lo que se logró con la fallida incorporación de un desvaído Manuel Chaves, que sigue descolocado y dando manotazos al aire.

Aunque Rubalcaba y Blanco se llevan muy bien, y ahora hablan por teléfono prácticamente todos los días, Zapatero tendría que deslindar bien los respectivos campos de juego, para evitar un choque de trenes. El todavía ministro del Interior, que a veces repite que está cansado, sin embargo sí se animaría a dar un paso al frente y a volver a La Moncloa, donde ya estuvo, si se hace también con el ministerio de la Presidencia, que ya ocupó, y, con él, asume la competencia en los asuntos parlamentarios, que constituyen seguramente su mejor habilidad, como demostró cuando fue portavoz socialista.

Pero, insisto, tendrían que pactar, previamente y con todo detalle, incluyendo la fijación de las líneas rojas, los respectivos ámbitos de poder. De lo contrario, es casi seguro que acabarán enfrentándose en un duelo a muerte.