Británicos: prepotencia y arrogancia

De toda la vida -y aunque no se sepa muy bien por qué- los británicos han mirado por encima del hombro a casi todo el mundo. Ese casi lo llenan los Estados Unidos y no siempre.

Los isleños han hecho bueno el chascarrillo del parte meteorológico cuando afirmaba, con todo desenfado, que el continente había quedado aislado porque en el estrecho de Calais había niebla cerrada.

Se trata de una prepotencia alimentada por el paletismo de muchos –entre los que no faltan españoles- que pierden el oremus por la lengua inglesa, los anuncios con acento de las islas, las compras en Londres y hasta por los carteles en el idioma de Shakespeare.

Esa prepotencia y esa arrogancia se han puesto de manifiesto en los atentados criminales ocurridos en Londres. La policía británica, cuya actuación frente al terrorismo está más que en tela de juicio, se ha permitido martirizar a unas familias que buscaban desesperadamente, entre muertos y heridos, a sus hijos, padres o hermanos. Dilaciones, trabas para entrar en hospitales y depósitos, desplantes y tratos descorteses en aras de un pretendido protocolo y de una discreción injustificable cuando hay siete cadáveres en la calle, han sido moneda corriente en estos últimos días.

Si una policía o unos poderes públicos no son capaces de mantener la necesaria reserva sobre detenciones, interrogatorios e investigaciones, al mismo tiempo que se identifica con rapidez a los asesinados o a los heridos, es que algo no funciona. Si una policía o unos poderes públicos no saben diferenciar entre la investigación para descubrir una red criminal o los autores de un atentado terrorista, del proceso de identificación y de información a las familias de las víctimas, es que algo muy grave está ocurriendo.

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Y si esa situación es producto de la tradicional arrogancia y prepotencia británica habrá que recordar al maestro Matías Prats con aquello de la pérfida Albión.