Calor, moda y crisis

No hace demasiados años, en muchas ciudades y pueblos españoles, típicos para pasar el estío, las gentes se vestían con cierta elegancia. Las tardes de San Sebastián, Marbella, Rías Bajas o pueblos de la Sierra madrileña, eran conocidas por las indumentarias de paseantes y veraneantes más o menos domingueros.

Ahora, no ya en zonas de playa o de vacaciones, ahora en plena ciudad, en las aglomeraciones de los transportes públicos, además de aguantar las vestimentas tirando a chabacanas y los hedores más o menos dotados de desodorante, lo normal es encontrarse con gentes prácticamente en ropa interior; y no es que uno tenga nada contra la ropa interior, es simplemente que no parece los más apropiado para transitar por las calles, para acudir al trabajo o simplemente para salir con unos amigos a cenar.

Y lo peor es que esas indumentarias tan escuetas no son exclusivas, como podría pensarse, de los jóvenes. Continuamente nos topamos con talluditos, talluditas, maduritas y maduritos que van de semejante guisa. Y están en su derecho, pero ni las piernas de ellos son las que eran ni las curvas de ellas están para demasiadas exhibiciones.

No se trata de moda. Entre otras cosas no es fácil ver por la calle a los modelos y a las modelos que en las pasarelas un día sí y otro también nos enseñan en los informativos de televisión, con sus transparencias, sus colorines y sus andares más bien anormales. Y si no se trata de moda habrá que pensar en una línea más bien borreguil y seguidista, vacía de criterios personales.

Tampoco podemos pensar en comodidad porque, al menos en ciertos ambientes, no se ve a los susodichos demasiado cómodos con su indumentaria.

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La crisis no es excusa para ahorrar en telas, porque como diría un economista sesudo hay que priorizar los recortes.

¿Cosas del calor? Es lo más probable aunque ya se sabe la manera que los beduinos tienen de defenderse de los rayos solares.

Ante semejante espectáculo se vienen a la cabeza palabras como zafiedad, despreocupación, moral mejor o peor entendida, sentido de la dignidad personal, ridículo, aires ovejunos de la existencia, falta de respeto a sí mismo y a los demás…

Pero al final de todo, la palabra que se viene a la boca es pura y simplemente, vulgaridad.