Ciudadanos da el cante

Ciudadanos, y más concretamente Albert Rivera, se debaten constantemente entre la cal del centro político y la arena de una pretendida regeneración. Se trata de un partido que se pasa la vida buscando su sitio y va con la cerilla en la mano buscando la vela del diablo y la vela de Dios. Pero a veces la cerilla se apaga y alguna vela se queda sin encender. En política no es fácil estar repicando y pretender ir en la procesión y la indefinición siembra el desconcierto. Por eso, nunca pasa mucho tiempo sin que algún diputado de Ciudadanos saque los pies del tiesto porque no sabe si toca Dios o toca diablo; si es la de cal o es la de arena; si en un asunto concreto, hay acuerdo o no hay acuerdo.

Las comparaciones son odiosas y las suele cargar el diablo. Pero cuando, en esas comparaciones, uno de los términos lo ocupa la ETA, lo aberrante está servido. Si a todo eso añadimos el frenesí de los fichajes estelares para las listas electorales –y, visto lo visto, nos quedamos solamente con el frenesí, porque el fichaje no deja de ser el de un famosillo del montón- tenemos en la mesa el gazpacho de las ideas brumosas, de las posturas ambiguas y de los decires bocazas. Porque bocazas es quien saca a relucir las extorsiones de la ETA, para criticar los –por otra parte muy criticables- métodos de financiación de cualquier partido político.

Es de suponer que en su almuerzo monclovita, Mariano Rajoy y Albert Rivera hayan hablado de la conveniencia de que ciertos personajes canten lo menos posible, actúen lo menos posible y busquen el foco lo menos posible.

No debe ser fácil embridar los afanes histriónicos de los acostumbrados a guerrear por el tamaño de las letras en los carteles, de los que luchan por la foto del perfil bueno o de quienes se relamen ante un micrófono conectado.

Hay momentos en que Ciudadanos canta a destiempo y desafina en el canto…o en el ‘cantuvo’, que para el caso es lo mismo.

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