Leo, Leo, Leo, Leo, Leo…

Al parecer es una noticia de primera página. La fiscalía acusa a Leo Messi de defraudar a Hacienda, nada más y nada menos que cuatro millones de euros. Ni es el primer famoso que, presuntamente, ha defraudado, ni será el último, pero Leo es Leo y por eso es primera página.

El resto ya se sabe. Nota del interesado diciendo lo de sus asesores fiscales; el padre que tampoco sabrá nada; la entidad a la que pertenece mirando para otro lado y así hasta que las cosas se aclaren, si es que se aclaran.

Paraísos fiscales, derechos de imagen, empresas fantasmas e interpuestas y lo típico en estos casos. Las interpretaciones son muchas y las hay para todos los gustos. Desde quienes afirman que se trata de una 'redada' de famosos, hasta quien dice que se busca un chivo expiatorio para un escarmiento ejemplarizante.

Y hasta puede que todas las interpretaciones sean válidas. Lo que pasa es que en la opinión pública estas cosas no sientan bien y menos en estas fechas en las que, quien más y quien menos, anda con eso de me sale a pagar o me sale a devolver.

Pero hay otras interpretaciones que son más poéticas, si es que en esta materia se puede hablar de poesía. Son las de aquellos que se lamentan de que un 'referente' y un ejemplo para nuestra juventud se pueda venir abajo. Convendría que a nuestra juventud que tan vapuleada de ellos está ya, le pusiéramos delante otros referentes que no fueran los de quienes ganan cuarenta millones de euros, quienes un día sí y otro también son sorprendidos en coches fantásticos haciendo pruebas de velocidad sin haber hecho antes otras pruebas que hubieran sido más oportunas o quienes, foto va y foto viene, con parejas y más parejas aparecen en las revistas.

Cada uno es muy dueño de su vida, de lo que gana, de lo que hace con lo que gana y hasta con lo que presuntamente defrauda a Hacienda. Pero altares, los mínimos, y referencias, las que tengan que ser. Ni una más.

 
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