La OCDE nos saca los colores

Una vez más el informe de la OCDE, sobre la situación de la enseñanza en España, nos ha puesto en la picota y ha dejado en evidencia a quienes afirman, a los cuatro vientos, la gran preparación de las nuevas generaciones que acceden a la enseñanza superior y califican la preparación de nuestros jóvenes como lo jamás visto, porque son la ‘generación digital’ y manejan con soltura tablets, internet y ordenadores de última generación.

Resulta que esos adolescentes y esos jóvenes que están preparados como nunca, se sitúan –no por culpa de ellos- a la cabeza del fracaso escolar en Europa, abandonan los estudios en proporciones alarmantes, repiten curso en porcentajes elevados y no responden a las mínimas solicitudes del mercado de trabajo.

Ocurre que la alarma lleva sonando demasiado tiempo sin que -metidos en la discusión de los galgos en materia de educación y de los podencos de las sucesivas leyes de educación que cada ministro que llega se cree en la obligación de reformar- el problema se resuelva de una vez por todas de una forma eficaz y para siempre o, al menos, en plazos de tiempo razonables.

Mientras tanto, padres, profesores, responsables de centros educativos y políticos, siguen con la cantinela de la educación bilingüe, de los ordenadores en las clases y de las tecnologías, desterrando al antiguo maestro y mermando día tras día la autoridad de los docentes. Y así, el nivel de exigencia es cada vez más pobre y los porcentajes de aprobados en las pruebas de ingreso en la universidad, llamativos por exceso, al permitir la llegada a los estudios superiores de jóvenes con enormes lagunas culturales, incapaces de interpretar un escrito o con faltas de ortografía como moneda corriente en las respuestas de sus exámenes.

Presenta la OCDE cifras igualmente alarmantes por lo que se refiere al acceso al mercado de trabajo de licenciados y graduados. A este respecto, puede ser peor el remedio que la enfermedad, porque en vez de predicar la excelencia académica, el esfuerzo, la disciplina intelectual y los saberes propios de la universidad, el secretario de Estado de Educación ‘promete orientar todos los estudios hacia las necesidades de las empresas’. Un nivelón.

El mercado de trabajo demandará a los mejor preparados, a quienes presenten un alto nivel en sus curriculums académicos, a quienes demuestren su capacidad de adaptación a la realidad y aporten sus saberes para analizar esa realidad en cualquier empresa. Las destrezas y las herramientas –esos nefastos términos que ha entronizado el fracasado ‘plan Bolonia’- llegarán con la práctica profesional y con la cultura de trabajo de cada compañía.

La universidad que, evidentemente no debe de ser una fábrica de parados, tampoco tiene que ser una oficina de empleo que, de antemano, renuncie a sus esencias.

 
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