Toros en Cataluña

No será porque no hay políticos catalanes que no es que hagan el ridículo, sino que están instalados en el ridículo permanente.

Por eso sobran los razonamientos. Por eso son inútiles las iniciativas –todas ellas plausibles- que se han ido desarrollando en estos últimos meses. Desde ciclos hasta coloquios, pasando por comparecencias en el mismo Parlamento de profesionales y defensores de la Fiesta. Es igual. No va a ser fácil derrotar a los tontos, a lo mejor, precisamente, porque la tontería ni se derrota ni se arguye, simplemente se la soporta.

Pero está en juego algo mucho más importante y de lo que no todos los españoles parecen darse cuenta. Lo que está en juego es la libertad y no solamente la libertad de celebrar a no celebrar corridas de toros. Estamos inmersos, casi sin enterarnos, en el síndrome de las prohibiciones, de los mandatos y del intervencionismo por el intervencionismo.

Sobran los argumentos de quienes, con toda la buena fe, hablan de una raza animal única, que se mantiene para lo que se mantiene y para la que la corrida es su única razón de ser. Están de más, por acertados que sean, los argumentos de quines hablan de arte y de nobleza. Apenas cuentan quienes procuran convencer a los que no tienen el menor interés en escuchar. Es perder el tiempo.

¿Hay que argumentar y poner ejemplos entre la prohibición de los toros y la ley del aborto? Hata ahí podíamos llegar. ¿Es necesario hablar del trato a tantos y tantos animales que no merecen una sola manifestación? Sería en vano.

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Posiblemente los propios taurinos tengan parte de culpa de lo que está ocurriendo en Cataluña. Pero que a nadie se le olvide de que en Cataluña, la libertad se está jugando en un terreno muy peligroso y, aunque parezca de Perogrullo, ese terreno es precisamente el de las prohibiciones.