Tregua, diálogo, mediación y otras mentiras

Lo de la tregua que propuso Puigdemont, suena más falso que el alma de Judas. No deja de ser una forma de ganar tiempo, de no atreverse a saltar del tampolín y seguir alargando el 'modus vivendi' en el que se siente cómodo.

Cuando tan alegremente se habla de diálogo y mediación en el asunto de Cataluña, hay que tener en cuenta que son dos palabras trampa que -si se tolera- van a aprovechar al máximo los independentistas.

Uno de los objetivos de quienes quieren la independencia de Cataluña es tratar de igual a igual con el Gobierno de España, con los dirigentes de ese Gobierno y negociar de estado a estado en el mismo plano.

Una trampa evidente que se hace palmaria cuando se pide la mediación de Europa o de personajes extranjeros.

Aún admitiendo lo inadmisible de negociar con quienes están al margen de la ley, esa negociación nunca podría ser en plano de igualdad. Se trataría, en todo caso, de una negociación entre el Estado español, en el ejercicio de una soberanía absoluta e indiscutible, con una región, autonomía, parte -o como quiera denominarse- de ese mismo estado.

En modo alguno sería admisible un trato de semejanza entre dos estados, dos potencias o dos naciones, con iguales derechos y deberes y de iguales características.

En el hiopotético e indeseable supuesto de una negociación o de una mediación, el Gobierno de España nunca debería caer en una trampa tan burda. Si se negociara, habría que hacerlo cada uno en su sitio y nunca esos sitios, ni la altura de esos sitios, podría ser la misma.

A la vista del cariz que pueden tomar los acontecimientos no estaría de más que esto quede claro y que nadie intente trampas que, por otra parte, son demasiado toscas.

O sea, si hay que negociar cosa -en la actual situación de ilegalidad- imposible, habría que hacerlo con una silla más alta que otra y con un asiento más ancho que el otro.

 
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