Viajar es un peligro

Ni hay carné por puntos, ni límites de velocidad, ni carreteras en mal estado, ni vías defectuosas, el peligro son las agencias de viajes, las compañías aéreas o los pilotos o los empleados de tierra de los aeropuertos.   Contratar un viaje en avión es un riesgo o una aventura para los amantes de las emociones fuertes.   Basta mirar por encima un periódico para descubrir cada día la noticia de retrasos de 12 ó 24 horas –es lo mismo-, para ver fotos de personas hacinadas en las terminales, de protestas ante los mostradores, de ferrys que se averían, de aviones que no despegan o de compañías que quiebran.   Y como escribiría el maestro Antonio Burgos  no passssa nada.   Todo está previsto en la letra pequeña de su “contrato de servicios”. Todo está previsto para el que vende el viaje, porque el que lo compra no tiene escapatoria.   Usted se compra una nevera y si no le gusta se la cambian por otra. No digamos nada si no funciona y es impensable que usted compre el frigorífico y no se lo entreguen porque el fabricante está con dolor de cabeza.   Pero si a usted lo que se le ocurre es viajar, por turismo, por placer, por necesidad o, simplemente, porque le da la gana, prepárese.   Y además el leer la letra pequeña tampoco sirve de nada, la indefensión es absoluta y la impunidad del vendedor de viajes más evidente que la de un sacamuelas de feria.

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