Zapatero el coleguita

En uno de los episodios de esa magnífica y desaparecida serie de televisión ‘Cosas de casa’ su protagonista, el inefable Steve Urkel, que a veces se siente solo, se busca una especie de chimpancé pequeñito con el que convive, habla y comparte todo y al que presenta a todo el mundo: este es Lou, es mi coleguita.

Los políticos, en plena campaña electoral, besan a niños, dan manos a diestro y siniestro, aplauden a los asistentes a los mítines e incluso en épocas de popularidad baja besan a ancianitas, van en metro o autobús, se quitan la corbata y hasta comen en un autoservicio de esos de comida rápida.

Lo de Rodríguez Zapatero para hacerse el coleguita es más refinado, y hemos tenido ocasión de leer un reportaje y de ver unas fotos en las que el presidente, José Luís para los amigos, baja a la tierra y se convierte en coleguita de una serie de españoles a los que cuenta sus más privadas y desenfadadas experiencias vitales y a los que escucha cuando narran sus cuitas y con los que –entre sonrisa y sonrisa- se muestra más cercano y comprensivo.

El reportaje, que es impecable desde el punto de vista periodístico, suena demasiado a propaganda y a marketing político. Pero, con independencia de eso, el tono de ‘coleguita’ cercano que emplea el presidente suena a topiquero y falso.

‘Yo espero que en un par o tres de años, este trance de la crisis sea un mal recuerdo’. Hay que ser muy ‘colegui’ para llamar trance a la crisis, y es irremediable preguntar por aquellos plazos de marzo, sin ir más lejos, que el estadista -no el ‘coleguita’- se fijaba no hace mucho para que la crisis estuviera olvidada.

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Afirmar que la crisis se ha convertido en un ‘aterriza como puedas’ es de coleguita, pero de coleguita frívolo. Y aseverar que ‘pendientes de mis movimientos están más los periodistas que los ciudadanos’ es, cuando menos, arriesgado.

Amenazar con que hablará de los periodistas cuando abandone La Moncloa suena demasiado a Tip y Coll. ¿Se acuerdan? ‘La semana que viene hablaremos del Gobierno’.

Atreverse, por mucho que se haga desde un despacho de La Moncloa a pontificar qué es y qué no es noticia es, se mire por donde se mire, arriesgado.

Se sincera: ‘Mi tarea es siempre tranquilizar y animar a mi equipo. Si a mí se me ve compungido, abrumado, eso se contagia de una manera impresionante’. Se equivoca Rodríguez Zapatero. Lo que de verdad impresiona a los ciudadanos es la falta de realismo, el optimismo bobo o la mentira sistemática sobre la situación del país.

El talante se ha quedado en paños menores desde hace tiempo y cuando encima de la ropa interior el presidente del Gobierno de España, en vez de ponerse los pantalones del chaqué, se pone un vaquero para acercarse al pueblo, la pifia.

Si como estadista Rodríguez Zapatero no tiene precio, como ‘coleguita’ se sale.