Zapatero presidente a la segunda, en un debate brumoso que parecía un asalto de tanteo

Por eso Rodríguez Zapatero le repitió varias veces a Rajoy que el que había ganado era él. Por eso CIU, PNV, IU y demás adláteres se mostraron críticos pero sonrientes porque algo habrá que sacar. Y por eso Rajoy hablaba mirando más a sus escaños que al banco azul.

Un Rodríguez Zapatero cómodo, sobrado, condescendiente, que además va a presumir de que no ha pactado la investidura con nadie. Sólo Rosa Díez, que sí se mojó, le sacó un poco de sus casillas, pero más bien poco.

No fue un debate descafeinado porque salieron a relucir cosas importantes y porque ha servido para ver en qué situación está cada uno fuera del hemiciclo. En todas las formaciones políticas se están cociendo habas y era difícil escuchar a Gaspar Llamazares sin ‘ver’ la que tiene montada en Izquierda Unida; oír a Ridao sin que se aparecieran los fantasmas de Carod Rovira o de Puigcercós y contemplar al presidente del principal partido de la oposición sin que se proyectaran en las paredes del salón de sesiones las efigies de Esperanza Aguirre o de Alberto Ruíz Gallardón.

Un debate en el que la sensación de que no se había decidido nada o de que todo estaba decidido de antemano y entre bastidores, no daba para mucho, y así fue. El gran triunfador fue Bono, el flamante presidente de la Cámara, que estaba en su salsa, que repartió sonrisas que excusó sus lógicos errores y que salió satisfecho del debú.

El ya famoso ‘a fecha de hoy’, de Esperanza Aguirre, ha levantado polvareda y los segundos de la presidenta y del alcalde, léase Francisco Granados y Manuel Cobo, vuelven por dónde solían. Está visto que a Mariano Rajoy no se le concede un minuto de tregua. Ahora que, al menos, con el colmillo le sonríe Rodríguez Zapatero y él sonríe al presidente –‘si usted me llama, yo voy’- se le encabritan las huestes de Génova y es que él no mandó a Soraya a luchar contra los elementos, sino a discutir con Alonso, que no es un elemento, precisamente.

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Y además el presidente –cada vez más avispado- ya le ha quitado un argumento para hacer oposición, saliendo a la segunda votación con sólo los apoyos de su partido. Y en cuanto se descuide, también le escamoteará –nada por aquí, nada por allá- el argumento del terrorismo si es que consigue que no se hable demasiado de las negociaciones con los etarras.

En apenas siete días, Rodríguez Zapatero ha pasado de la foto de ‘llanero solitario’ en la cumbre de la OTAN de Bucarest y de que todos se lo echaran en cara, a protagonizar la investidura con absoluta comodidad.

Dicho todo lo anterior, el discurso del candidato fue demagógico, vacío, sin enjundia y hasta ajeno a muchas de las verdades que constituyen la actual realidad económica de España.

Porque si, posiblemente, Zapatero va a tener una legislatura apacible en lo político, va a tener que sudar la camiseta en lo económico. Contrastar lo que decía el presidente del Gobierno, con las noticias económicas que cada día se nos vienen encima, produce una cierta desazón. La ‘desaceleración’ de que habla Rodríguez Zapatero se nos va a convertir, en el doble sentido, en un parón del que nos vamos a enterar como Solbes no lo remedie y ahí va a estar el problema en los próximos cuatro años.

Gobernar con la economía deteriorada no es fácil para ningún gobierno, pero mucho menos para quien presume de progresista, de políticas sociales y de atender a los más desfavorecidos, porque al final los que sufren las crisis son los de siempre y la mayoría de ‘esos de siempre’ se encuentran entre los votantes de Zapatero.

Ya nos van a cobrar hasta el agua del grifo en los restaurantes. El arroz sube hasta en Asia, y las hipotecas siguen de telón de fondo de las economías familiares.

Y la semana que viene hablaremos del gobierno, del nuevo gobierno.