Por la boca… Gobernar en minoría

Como todo en política, gobernar en minoría tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Quienes dicen que es una buena situación para fortalecer la democracia porque obliga a los políticos a pactar, con lo que las decisiones se toman en función de distintas ideologías y se llega a una situación más equilibrada, no dejan de tener sus razones.

Los que opinan que los continuos pactos, al fin y a la postre, son componendas que no permiten una línea de gobierno estable y mínimamente coherente, también tienen su porción de verdad.

En España hemos tenido de todo. Cuando de mayorías absolutas se trata, la acusación de rodillo está a la orden del día y no deja de ser verdad que esa línea coherente en las formulas de gobierno puede orillar a las minorías. La prepotencia de quien se siente seguro puede ser un lastre para la democracia y hasta empobrecer las decisiones al ser tomadas desde una sola visión.

El actual gobierno en minoría de Mariano Rajoy vive más que determinado por sus propias carencias cuantitativas y lo que, en principio, parecía ser bueno, se muestra ahora como el paradigma del continuo chantaje y de la cesión constante con tal de mantener el poder y no convocar nuevas elecciones.

Llegados a este punto está claro que minorías o mayorías absolutas serán buenas o malas en función de quienes han de sostener la vida política y parlamentaria. En función de quienes sepan o no, digerir la mayoría cómoda y no usarla como apisonadora para imponer, sin más, sus propios criterios o de quienes, teniendo que pactar, saben hacerlo con generosidad, sin tentaciones de chantaje y sin ceder para mantenerse en el poder.

A la vista de lo que ocurre no parece que en España estemos muy acostumbrados ni a una ni a otra situación, como pasa en gran parte de eso que se llaman países de nuestro entorno.

Es difícil que una oposición cuyo único objetivo es echar al partido que ganó las elecciones, sea capaz de mantener una postura coherente y de hacer una oposición limpia, inteligente, generosa y con sentido de estado.

Tampoco es fácil que el partido que se ve constantemente asediado y chantajeado para sacar adelante leyes que, se supone, deberían tener el mayor y más lógico consenso, no aproveche cualquier resquicio para imponer sus criterios cediendo lo menos posible.

 

Lo estamos viendo todos los días y, lo que es peor, vemos a cada hora la incapacidad de unos y otros para convivir políticamente con un mínimo de sentido común.

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