Por la boca… Votos por encima de todo

Si juzgamos a nuestros políticos por el día a día o por lo que trasciende a los medios de comunicación y a la opinión pública, es evidente que su único afán es el de cosechar votos.

Desde sus rifirrafes parlamentarios, hasta sus negociaciones, pasando por entrevistas y declaraciones de unos y otros, está claro que lo que interesa es la batalla electoral, la descalificación del contrario, encontrar sus puntos débiles y lograr su descrédito político para que su fuerza electoral sea la menor posible.

Está visto que aquí lo que interesa son los votos para llegar al poder o para incordiar al poder. Eso de gobernar para los ciudadanos se queda en segundo plano siempre.

Se supone que el político tiene ambición de poder para lograr un fin, para conseguir un objetivo, para aplicar sus medidas y sus ideas a la gobernación del país, para llevar a la sociedad, por cauces democráticos, hacia dónde él supone que está el bien común y, en última instancia, para alcanzar, como dirían los griegos, la felicidad de los individuos.

Pues nada de eso sucede habitualmente. Se combate la corrupción con la única idea del descrédito de los otros; se piden dimisiones pero únicamente cuando afectan a los de enfrente; se airean éxitos económicos exclusivamente para sacar réditos electorales; se proponen medidas sociales para arañar sufragios; se hace oposición para debilitar.

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Poco o nada tiene que ver todo lo anterior con eso que ahora se ha dado en llamar gobernanza. Y lo malo es que no se trata solamente de ambición de poder, es que en el quehacer de la política española se ha instalado una mentalidad que poco o nada tiene que ver con la obtención de ese bien común al que antes aludíamos; más bien está relacionada con un mal de fondo que considera la política como fin y no como medio.

Pero lo peor es que el relevo generacional, en todos los partidos, transita por los mismos derroteros.