Por la boca… Un año sin gobierno

Por mucho que se quiera aislar en la debacle de la corrupción galopante en el Partido Popular, la dimisión de Esperanza Aguirre, lo mismo que la situación en su partido, tiene precedentes no demasiado lejanos y hasta coetáneos.

Entre corrupciones, malversaciones, nepotismos varios, financiaciones oscuras, ‘andorras’, ‘eres’, contratos a dedo, dineros negros o grises, prebendas injustificadas, cafelitos, papeles verdaderos o falsos y discos duros, ningún partido está como para tirar piedras a los otros. Tampoco faltan -ni han faltado- dimisiones, espantadas, gestoras, disoluciones, dedazos, ‘tamayazos’ y hasta puñaladas internas más o menos traperas.

No ya los nombres, ni las mujeres ni los hombres, sino los propios partidos, su estructura, su pretendida democracia interna -con sus relaciones intestinas y sus batallas fratricidas- están fallando estrepitosamente mientras los ciudadanos asisten atónitos a encuentros, comparecencias, ruedas de prensa, declaraciones y bufonadas varias sin que nadie, no solamente ponga coto, a estos desmanes colectivos, sino que tampoco sea capaz de interesarse un mínimo por los problemas de un país que -de no conseguir Pedro Sánchez la investidura y si contamos desde el principio de la campaña electoral- va a soportar estar casi un año sin gobierno o con un gobierno evidentemente mermado.

Parece que el único objetivo de los partidos sea pelear entre ellos, cruzarse frases hirientes que pretenden ser ingeniosas, hurgar en las vergüenzas de unos y otros, provocar dimisiones, arrojarse barro, culparse mutuamente con motivo o sin él, jugar a las frases hechas pero vacías de contenido y sacar a relucir vetos, líneas rojas, exclusiones o demandas judiciales, aderezado todo ello con memeces tales como lo de ‘por activa y por pasiva’, el gobierno de progreso y de cambio o el cinismo de hablar en nombre de lo que los españoles quieren y han dicho en las urnas.

Es posible que el sistema, sino el mejor, sea el único que tenemos o el único que se nos ha ocurrido, pero si el sistema no falla, sí falla su puesta en marcha y los elementos que se ponen a contribución para conseguir que marche.

Y desde luego, lo que falla con toda evidencia, son las personas, dimitan o no dimitan.

 
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