Por la boca… Con ella, no empezó todo

En esta “efebocracia” de la política española, enseñoreada por “treintañeros (as)”y “cuarentañeros (as)”, todo parece nuevo y recién sacado de sus meninges. Pero a poco que se escarba en esas ideas, se descubre que no son suyas y que son muy antiguas.

Las feministas del “corro” de Montero (la de igualdad) están constantemente dándole al manubrio de las ideas novedosas para eso de empoderar a la mujer. Raro es el día en el que no dan a luz (con perdón por el concepto machista) una parida que tiene algo que ver con ese “evaismo” que se han sacado de la manga. Son las primeras y las únicas en las diferentes paridas que propalan.

Pues resulta que todas esas ideas -algunas de las cuales, con independencia de sus enunciados locoides, encierran un fondo de auténtica justicia y reivindican una más que urgente necesidad y demandan derechos que hace mucho tiempo tendrían que haber sido reconocidos- no son de ellas sino que vienen de muy atrás. Y además  de evidenciar un atraso indiscutible en el logro de la verdadera igualdad, muestran que de “evas” tienen poco y mucho menos de pioneras. 

En esta “efebocracia” de la política española, enseñoreada por “treintañeros (as)”y “cuarentañeros (as)”, todo parece nuevo y recién sacado de sus meninges. Pero a poco que se escarba en esas ideas, se descubre que no son suyas y que son muy antiguas.

Pedro Montoliú, periodista madrileño y Cronista Oficial de la Villa, ha publicado recientemente otro de sus magníficos libros sobre Madrid titulado “Madrid en los “felices” años 20” en el que hace historia de la Capital, tan documentada y erudita como todos sus trabajos, entre los años 1921 y 1931, es decir fundamentalmente los años de la Dictadura de Primo de Rivera que desembocaron en la proclamación de la II República. Unos años cruciales en la transformación de Madrid que, con todas sus limitaciones, se acercaba a la modernidad en sus más variadas vertientes.

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Dedica Montoliú algunos capítulos y epígrafes de su obra a la batalla del feminismo de la época y por sus  páginas, magníficamente documentadas, nos enteramos de cómo se desarrollaba esa lucha de las mujeres por lograr sus más que justos derechos.

Así, y asociados a nombres tan conocidos como los de María de Maeztu Clara Campoamor, Zenobia Camprubí, Margarita Nelken o Victoria Kent descollaban en esa lucha, Amalia Galarraga, Helen Phipps, María Martos, Carmen Baroja o Matilde Huici, entre otras muchas. Y ya sonaban entidades con nombre significativos como la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, la Juventud Universitaria Femenina, la Liga Española para el Progreso de la Mujer o Acción Feminista y algunas más, todas ellas dedicadas, dentro del contexto de la época, a la lucha por la reivindicación del papel de la mujer y el logro de  sus derechos como ciudadanas.

Reseña Montoliú los títulos de conferencias impartidas por mujeres en los más diversos foros de moda en aquellos años: “La educación feminista”, “Cómo la mujer española ha contribuido a las tareas de la cultura” o “La intervención de la mujer en la vida política”.

En años tan difíciles como los de cualquier dictadura, se reivindicaba la dignidad y el respeto a la mujer, su igualdad en sueldos para el mismo trabajo, su derecho a ser independiente en relación a su cónyuge y a ser tratada con respeto en lugares públicos. Ya en 1928 se tipificaba como delito dirigirse a una mujer de forma grosera o acosarla de cualquier manera.

Hasta el piropo se regulaba y se condenaban tajantemente las agresiones de todo tipo, incluso en el lenguaje.

Y junto a esto, ya en aquellos años, se discutía el “derecho” al aborto, la lacra de la prostitución, la explotación de la mujer en los espectáculos y, por ejemplo,  se prohibía la existencia de “mujeres gancho” en las salas de juego y en los casinos. Y ya puestos, se establecía que la denominación de los diferentes profesiones y oficios se hiciera en femenino y así había catedráticas, profesoras, veterinarias, odontólogas, jefas de administración y hasta bachilleras.

Claro que el progreso ha sido y es lento y los logros no llegan tan rotundos como  sería de desear, pero eso no autoriza a las “evas” de la igualdad de ahora a creerse las “evas” de la humanidad en materia de feminismo.  O sea menos lobos, menos medallas y más respeto a la historia del feminismo.

Todo ello, por supuesto, Beauvoir mediante

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