Por la boca… Partido Popular: Entre la acción y la omisión

A la vista está que las campañas basadas únicamente en las respuestas más o menos enfervorizadas, ingeniosas e incluso malhumoradas a los desmanes de Sánchez, son insuficientes; que la palabra exigencia -que está de continuo en la boca de los dirigentes populares-  produce hastío y pocos resultados y que, elección tras elección, los populares, no son capaces de capitalizar en votos el descontento de muchos españoles con la marcha del país y con la singladura de Sánchez y que la eficacia de la oposición que hace el Partido Popular está empezando a ser cuestionada.

La ideología de la derecha en España, siempre ha sido escasita. Sus pocas ideas han tenido un matiz vergonzante y en todas las intervenciones subyace una especie de atavismo por pedir perdón. 

A eso, hay que añadir una indefinición de objetivos, o una falta de ambición al señalar fines, que contribuye poco a la marcha normal de un partido de la derecha europea, con independencia de las encuestas en situaciones concretas y de los resultados electorales.

Incluso en los periodos en los que los populares han gobernado y hasta en los que lo han hecho con mayoría absoluta, sus decisiones han sido más bien timoratas, de una prudencia rayana en el miedo y de una pereza enfermiza para prescindir de personas o revocar iniciativas tomadas por la izquierda, poco acordes con las ideas de sus votantes.

 A la vista está que las campañas basadas únicamente en las respuestas más o menos enfervorizadas, ingeniosas e incluso malhumoradas a los desmanes de Sánchez, son insuficientes; que la palabra exigencia -que está de continuo en la boca de los dirigentes populares-  produce hastío y pocos resultados y que, elección tras elección, los populares, no son capaces de capitalizar en votos el descontento de muchos españoles con la marcha del país y con la singladura de Sánchez y que la eficacia de la oposición que hace el Partido Popular está empezando a ser cuestionada.

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Posiblemente todo empezó con Manuel Fraga, un peso pesado de la política, con todos los predicamentos a su favor para haber liderado un gobierno de derechas, pero que se tuvo que conformar con un  ministerio, una embajada y, a última hora, con la presidencia de su tierra gallega en la que sus actuaciones, en materias muy sensibles para la autonomía y para lo que deseaban sus votantes, tampoco fueron lo valientes que se podía esperar de sus discursos, de su trayectoria y hasta de su forma de ser.

En la etapa presente, parece que la única meta del Partido Popular es desalojar a Sánchez de La Moncloa. Parafraseando a don Miguel de Unamuno, cuando decía que el ajedrez para juego era mucho y para ciencia poco, habría que decir que esa idea del Partido Popular, para objetivo político es mucho y para oferta a los votantes poco.

A la sensación de que los populares, en muchos casos, aplican la doctrina de la “fruta madura” por lo que a Sánchez se refiere, se une la sospecha de que el convencimiento de que llegarán al Gobierno, no está demasiado arraigado en algunos de los de la primera fila de Génova. Todo parece un “dejarse ir” hasta que la fruta caiga.

Además, el Partido Popular -ocurre en todas y cada una de las formaciones políticas en España- apenas deja margen para la aparición, el rodaje y las aspiraciones legítimas de una posible sucesión cuando las cosas no funcionan. 

Los llamados barones apenas tienen presencia fuera de sus respectivas autonomías -salvo el caso de Díaz Ayuso- y una hipotética sucesión, está en el aire.

Claro que puede haber “apetencias” entre esos barones, pero la prudencia y el sentido de la lealtad al líder del momento, está aherrojando a quienes podrían protagonizar otras maneras de hacer.

 Si además se suman las indecisiones, indefiniciones y titubeos de Feijóo -por ejemplo en lo relativo a una posible moción de censura, a una hipotética alianza con Puigdemont o a negociaciones en busca de coaliciones con el PNV y las esperpénticas relaciones con Vox, sin contar algunas meteduras de pata de él o de sus más cercanos- el desconcierto está servido y del desconcierto al desencanto hay un paso y del desencanto a la abstención de los propios votantes, el espacio se reduce sensiblemente.

La política de comunicación en el Partido Popular no existe y si existe, es muy mejorable. Es imposible encontrar una sola vez en la que los populares hayan liderado eso que se llama la “agenda Setting”, que más o menos señala quién, cómo y cuándo se sacan a la luz los asuntos de los que hay que hablar y resaltar, para que los medios y la opinión pública se ocupen de ellos. Siempre, desde Génova, se informa y se comunica sobre los asuntos que Sánchez y su entorno, han puesto encima de la mesa, por supuesto, a su conveniencia.

Aunque viene de fábrica no deja de ser sorprendente la situación que se ha creado entre las autonomías en las que gobierna el Partido Popular cuando Sánchez ha convocado a sus dirigentes para no se sabe qué, con la idea de restañar las heridas que le han provocado los beneficios sin cuento a Cataluña y de hacer ver que cada comunidad, goza de atención individual en La Moncloa.

Una vez más, la desunión parece que puede cundir en las filas de los populares, por muchas reuniones que se hagan. Y, como el liderazgo de Feijóo es el que es y da para lo que da, la propuesta de Ayuso de no acudir a la llamada artera y tramposa de Sánchez, no solamente ha caído en saco roto, sino que ahí están las fotos de Rueda y de Moreno en la puerta de La Moncloa. Y habrá más saludos y más fotos y más banderas.

 Que después de lo que está pasando, tras más de dos años sin entrevistarse con un solo presidente autonómico del Partido Popular, Sánchez decida que los presidentes autonómicos acudan a darle oxígeno en plan institucional, ofrece muchas dudas sobre la oportunidad de tener esa deferencia con quien no solamente no es respetuoso, sino que se dedica al insulto y a la descalificación de los que ahora convoca. 

Es sorprendente que uno y otro  -el de Galicia y el de Andalucía- digan que han salido con las manos vacías y decepcionados. No se sabe muy bien qué es lo que esperaban de Sánchez.

Que se diga que cuando el presidente del Gobierno convoca, hay que acudir, no deja de ser una coartada pobre y desde luego poco afortunada; ¿por qué hay que acudir?

Puede discutirse la postura de Ayuso y discrepar de sus planteamientos, pero no es de recibo, cerrar el menor resquicio a la posibilidad de poner a Sánchez en su sitio, aunque sea con un desplante más o menos institucional.

Y mientras, como de costumbre, Génova se enfrasca en sus exigencias en vano, en sus críticas a toro pasado y en su ausencia total de propuestas de futuro. 

Hacer oposición es mucho más que criticar lo que hace y lo que dice el que está en el poder.

Es un suponer: Ya han echado ustedes a Sánchez de La Moncloa. Ya están ustedes en La Moncloa. ¿Y ahora qué?

La carcajada: Dice Montero, la de la cosa fiscal: “Presentar presupuestos es algo que tiene su complejidad, pero es evidente que es una oportunidad para el país”.