Por la boca… No se puede

Es evidente que la victoria del ‘no’ en el referéndum griego supone un triunfo del primer ministro Tsipras y de los que con él están toreando a Europa desde hace demasiados meses.

Quien en Bruselas dice una cosa y al mismo tiempo la contraria en su país, el que acepta condiciones para después incitar a sus paisanos al ‘no’, es alguien no demasiado de fiar, con independencia de que la hipotética salida de Grecia, perjudique o no a la moneda europea o salga malparada la propia Europa.

Ahora, tras el ‘no’ de los griegos a Europa y el correlativo ‘si’ a Tsipras, la patata caliente puede que esté en manos de la propia Europa, más que del gobierno de Grecia, sea el que sea.

Pero con todo, lo que sorprende es la trascendencia que, para España, se está dando al proceso heleno. Tanto si salía ‘sí’, como si la balanza se inclinaba al ‘no’, muchos uncían la suerte de las elecciones españolas a lo que pudiera pasar en Grecia con el gobierno de Syriza.

Si Syriza (pseudopodemos) ganaba, a Podemos se le ponían las cosas muy bien. Si el psudopodemos griego perdía, era el Partido Popular el que se llevaba el gato al agua.

Por mucho que haya podido suceder en las elecciones municipales y autonómicas, la importancia de Podemos en la política española es más reducida de lo que pudiera parecer a primera vista. La repercusión del triunfo o el fracaso de un partido semejante en Grecia, tiene también una medida y no parece lógico que una España que marcha bien en todos los sentidos, aún con los problemas de todos conocidos, esté tan pendiente de un país en bancarrota, con su crédito por los suelos y a la cola de Europa.

Una vez más se podría hablar de los complejos que nos atenazan, pero es que son los propios dirigentes políticos los que, más o menos explícitamente, miran más que de reojo a la política y a los partidos griegos.

Mal andaría España y mal los votantes españoles, si un resultado bueno o malo de un partido político griego, que es afín o parecido a un partido político español, determinara el voto.

Y mal andarían nuestros gobernantes si esperaran, para sus estrategias electorales, el éxito o el fracaso de la política griega con respecto a Europa.

 
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