Por la boca…Puigdemont embarulla y gana
Ante las maniobras del escapado, se hace necesario deslindar el campo jurídico del ámbito político. No vale que el Gobierno, singularmente, y las fuerzas políticas en general, se refugien en la consabida muletilla del respeto a las decisiones de los jueces, que además de ser mentirosa es inoperante.
La nueva peripecia judicial de Puigdemont en Italia, las alegaciones de su defensa tras su detención, la decisión del juez de Cerdeña y las inmediatas declaraciones del prófugo denigrando e insultando a España, muestran una vez más que, en la actual situación, una de las estrategias del que nunca fue honorable es mezclar todo lo que a su caso se refiere para confundir a la opinión pública, trapichear con Europa –con esa Europa cada vez más fallida- y “reiniciar” su imagen en Cataluña y ante sus seguidores.
Si se analiza la situación, es evidente que de momento –es de esperar que sea sólo de momento- el huido va ganando.
Europa –una caricatura de unión- se desentiende y los jueces europeos demuestran que no tienen ni idea -o no quieren tenerla- de lo que realmente sucedió y sucede en Cataluña y de las acciones por las que los tribunales españoles reclaman al fugado; el Gobierno de Sánchez sería feliz si el evadido no volviera nunca; el separatismo catalán, que está en la batalla de los votos, prefiere tenerlo más fuera que dentro y, por si fuera poco, expertos juristas que opinan sobre el caso, no se ponen de acuerdo y, como casi siempre, se pone de manifiesto que las leyes tienen muchas interpretaciones y demasiados recovecos.
Se hace necesario deslindar el campo jurídico del ámbito político. No vale que el Gobierno, singularmente, y las fuerzas políticas en general, se refugien en la consabida muletilla del respeto a las decisiones de los jueces, que además de ser mentirosa es inoperante. Ante las maniobras del escapado es urgente la acción política para dejar claro ante la opinión pública y singularmente ante Europa, la realidad de su conducta, los delitos de los que se le acusa, con independencia de la tipificación pertinente, de sus ambiciones políticas y hasta de su trayectoria personal en el tiempo transcurrido desde su salida del maletero.
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Es necesario arrancar la careta de quién traicionó a sus correligionarios, engañó a los catalanes, escapó de sus compromisos y se burla de la nación gracias a cuya legislación electoral es eurodiputado y en nombre de cuyos sufragios reclama inmunidad.
Los jueces dirán y decidirán -si es que dicen y deciden algo- pero la política también tiene su campo de acción -respetando las decisiones de los tribunales y su independencia para instruir, calificar juzgar y sentenciar- y en ese campo de acción está el impedir que la figura de un individuo desacreditado, cobarde y estrafalario -que se burla de todo y de todos en aras de una pretendida república que cada vez se aleja más de la realidad- gane la batalla de la imagen pública y hasta la del crédito personal y político.
Y que además -tras su periplo del maletero a la mansión, de la mansión a los calabozos y de los calabozos a las calles europeas- se permite emplear la palabra ridículo para menospreciar a la justicia española, al Gobierno de España, a los españoles y a los catalanes que no le tragan.
Lleva razón Felipe González cuando dice que no cree que haya en España nadie más capaz de hacer el ridículo que Puigdemont
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