¿De quién es la calle?

Aunque él mismo y sus más allegados siempre negaron la famosa frase ‘la calle es mía’, atribuida a Manuel Fraga, al menos en su época, se sabía con más o menos certeza de quién era la calle y eso siempre daba una cierta seguridad en las acciones que se querían realizar en la vía pública, fueran o no fueran legales.

Ahora no. Ahora la calle puede ser de los delegados del Gobierno en cada autonomía, de los hinchas de un equipo que ha ganado un torneo, de los que no están conformes ni con ellos mismos, de la policía, de los estudiantes que estudian más bien poco o de los parados que no encuentran otra forma de distraer su obligado ocio.

El caso es que, sobre todo en las grandes ciudades, estamos tomando la calle por ‘el pito del sereno’ y que la calle como es de todos no es de nadie y se está poniendo imposible.

Desde la idea de los ‘manifestódromos’, hasta las concentraciones no autorizadas, pasando por las autorizadas o por las acampadas a mesa y mantel, la calle es de todos menos de quienes de verdad son sus dueños, que son los ciudadanos normales, protesten o no, que pagan sus impuestos, que ponen sus escaparates, que pasean por su ciudad o que realizan sus trabajos yendo de uno a otro lugar.

Lo peor de la multipropiedad callejera es que apenas hay un orden. Cada uno la usa cómo y cuándo quiere y si alguno se opone se arriesga a insultos sin cuento.

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Todos pueden protestar en la calle menos el ciudadano normal que la usa para transitar; todos pueden protestar en la calle menos el paseante normal y corriente; todos pueden protestar en la calle menos el comerciante que levanta su cierre y no sabe si lo va a poder bajar o al menos si lo va a bajar con sus propiedades íntegras.

Si a todo lo dicho añadimos los que protestan sin concretar , es decir los profesionales que van de ciudad en ciudad destrozando eso que se llama el mobiliario urbano, cuidándose muy mucho de taparse el rostro, el resultado es el de unas Delegaciones del Gobierno impotentes, que si reprimen malo y si no reprimen peor.

El cuento, porque es un cuento de unos pocos, de nunca acabar.