Estamos en campaña

Y no porque el presidente del Gobierno haya comenzado a prometer cosas y a decir mentiras –ya lo dijo Tierno Galván- en su “baño de masas” de Rodiezmo, sino porque parece que los políticos españoles lo único que saben es ganar o perder elecciones, hacer discursos electoreros, promesas para lograr votos y poco más.

La política en España no consiste en gobernar, en dirigir la administración, en potenciar las obras públicas, en adecentar la educación, en mejorar la economía etc. No, aquí la política consiste en hacer campañas electorales, ganar o perder unas elecciones y vivir de eso cuatro años.

Tres son las circunstancias en las que los españoles vamos a vivir estos seis meses que quedan hasta marzo:

En primer lugar, luchas internas en los partidos para fijar ideologías y desmarcarse de los aliados coyunturales. CIU, PNV, IU, ERC, CC y hasta UPN intentarán aparecer ante los electores como fuerzas independientes que no van a pactar con nadie en ningún momento. Además, se luchará para establecer parámetros ideológicos como si los partidos políticos cambiaran de camiseta en cada partido que juegan en las urnas.

Otras batallas internas se librarán para ir en las listas en las mejores situaciones posibles. En esta batalla tendrán mucho que decir los llamados barones de los partidos que, aunque no van en las papeletas de las elecciones generales, pelean de forma incansable por colocar a los suyos en puestos de garantía. Es el caso de alcaldes de grandes ciudades y de presidentes autonómicos que mantienen su poder en el aparato.

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Y, por último, se hará necesario mantener una permanente actitud crítica con el adversario para tratar de restarle votos pero sin abrir heridas que no puedan restañarse en las futuras coaliciones. Hay que procurar no cerrar ninguna puerta.

Estas tres posturas políticas rezan también para los dos grandes partidos. Pero tanto en el Partido Popular como en el Partido Socialista hay que añadir un plus de moderación para ganar el voto indeciso o lo que se ha dado en llamar el centro sociológico.

Ahora no sólo es el tiempo de las promesas electorales, sino el de las buenas caras, el de desechar cualquier extremismo e incluso “guardar” los nombres y las caras que a los electores puedan sonarles a más radicales.

Es una especie de farsa en la que todos participan, que todos dan por consensuada y con la que todos van vivaqueando mal que bien.

Son los tiempos de los quebraderos de cabeza –no tanto en la confección de los programas- en la elaboración de las listas. Todos quieren estar y son muchos los que pasan factura de favores.

Y, en medio, los ciudadanos a los que les ponen delante montones de papeletas de listas elaboradas en los partidos.

Un buen método para decantarse por una u otra formación sería fantasear en torno a cuál sería el trabajo y la trayectoria personal, social y económica de los candidatos si no estuvieran dedicados a la política. Un buen ejercicio para conocer a quiénes votamos incluso ahora que –en tierras leonesas- ha reaparecido Alfonso Guerra y su humorística facundia.