De la corrupción a los pactos

La corrupción como moneda de cambio para permitir gobernar a unos u otros en ayuntamientos y autonomías y como ficha intercambiable en las negociaciones, es una de las muchas anomalías que los políticos están propiciando en nuestro sistema.

Poner como condición para que gobierne una formación que se rechace la corrupción o que se defenestre a los corruptos, no deja de ser una perogrullada que, por descontado, debería desterrarse de cualquier planteamiento.

Que un político prometa luchar contra la corrupción o no ser corrupto, es lo mismo que si afirma el propósito de no asesinar niños o de no maltratar viejecitas en los semáforos. La respuesta es obvia: faltaría más.

La corrupción se persigue, a los corruptos se les echa encima todo el peso de la ley, pero de eso a hacer de semejante conducta, o su contraria, un aval político, un programa de gobierno o una condición para pactar, va un abismo.

¿En qué, por ejemplo, modifican el posible pacto entre Ciudadanos y el Partido Popular, las dimensiones de Lucía Figar y Salvador Victoria?  ¿van a influir, dichas  dimisiones, en un mejor gobierno de la Comunidad de Madrid o en una mejora de los servicios que se prestan a los ciudadanos, en la política fiscal, en la enseñanza, en la sanidad o en los transportes públicos?

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Los madrileños y sus representantes, que deben dar por sentada la honradez de quienes se dedican a la  gestión pública, deben aspirar  a una gestión eficaz y que responda a lo que los ciudadanos han dejado claro en las urnas. Y es de suponer que lo mismo ocurra en otras autonomías y ayuntamientos.

Condicionar el gobierno de Andalucía y el bienestar de esa región, a las dimisiones de Manuel Chaves y de José Antonio Griñán, resulta escaso y de pocas aspiraciones.

A veces suena a coartada de los menos capaces; porque luchar contra la corrupción y quitar de en medio a los corruptos, en absoluto es garantía de buena gestión y de buen gobierno

El político tiene que ser honrado, pero eso, que debería ser lo normal, no es garantía de ser un buen político, ni un buen gestor de la cosa pública.