El dedo de Puigdemont

Puigdemont que empezó como un personaje más bien oscuro y del que se sospechaba que iba a ser el mamporrero de  Artur Mas, se está convirtiendo en el protagonista de la farsa que le está obligando a representar Oriol Junqueras.

No es que no sea dueño de su despacho como presidente de la Generalidad, es que no es dueño de ni uno solo de los pasos que da, en el nefasto proceso que han iniciado una serie de políticos catalanes. Siempre va a remolque  incluso de su ‘ministro de exteriores’, Romeva

Porque si casi todo en Puigdemont es ridículo, nada tan ostentoso como su trayectoria en lo que a relaciones internacionales  se refiere. Si hoy es una visita fantasma a las instituciones europeas, mañana una esperpéntica entrevista con el espectro de Carter y pasado la foto con los trasnochadores congresistas americanos que, al fin y a la postre, ha sido la más fructífera por cuanto ha servido de impagable propaganda para la divertida noche barcelonesa.

Se retrata Puigdemont -el sabrá por qué- con el dedo pulgar hacia arriba, en gesto triunfal y de placer incontenible. Dedo que, en su caso, no es más que una señal –no de que todo va bien- sino una muestra de la farsa que ya no se cree ni él mismo.

Igual que no se la cree Ada Colau, que ha dejado bien claro que se desmarca, que va por otros caminos y que no está dispuesta a comerse el ‘marrón’ de una inhabilitación, por mucho que a Homs le sirva de orgullo cuando no de pasión.

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Y se queja de Puigdemont de que Mariano Rajoy le da largas para una entrevista en La Moncloa; aparte de que Rajoy tiene sus gatos en la barriga, mal se puede quejar quien no se dignó  asistir a la reunión de presidentes autonómicos que se celebró en el Senado y que hace todo lo posible por humillar a España, a los españoles, a los jueces y a las leyes de nuestro país.

La realidad es que al dedo enhiesto de Puigdemont,  cada día le contestan muchos otros dedos y no precisamente pulgares.