El gobierno de la calle

Si hay algo peor que la inexistencia de alguien que gobierne es que el gobierno de un país esté en la calle. No se trata ya de razones porque las razones –si alguna vez las hubo- se han perdido en navajeos callejeros y en algaradas intolerables.

Y si algo es intolerable significa simple y llanamente que no se puede tolerar. El tópico de que ‘estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban’ en este caso es más tópico que nunca. Alguien sabe cómo han empezado y todos sabemos cómo acaban o, al menos, cómo tienen que acabar. Puntualización: todos menos el supuesto Gobierno de España y el no menos supuesto ministro del Interior.

También se puede hablar de otro tópico, aquel que alude a barros y lodos. Los consentidores de la Puerta del Sol tienen en sus espaldas la imagen de un pseudociudadano intentando robar el perro guía a un diputado ciego a las puertas del parlamento de Cataluña. Los consentidores de la Puerta del Sol habrán de responsabilizarse del acoso que sufrió Alberto Ruíz Gallardón –y lo que es más grave, miembros de su familia- en la noche madrileña. Los consentidores de la Puerta del Sol harían bien reflexionando sobre la autoridad que ostentan, las responsabilidades que conllevan sus cargos y los porqués de maniatar a los servidores del orden público que, no sólo se ven privados de ejercer su misión, sino que sufren los embates de los amigos de los consentidores.

Es difícil no pensar que ese alguien, al que se aludía más arriba, no está preparando las cosas para el inminente segundo tiempo que se anuncia tras las elecciones generales. Con la derecha, supuestamente ganadora y gobernando, no está de más que la calle esté preparada para dar cumplida respuesta a las medidas, no siempre populares (paradoja), que sea necesario tomar. Con la derecha, habiendo ganado, supuestamente, unas elecciones tampoco está de más que la población se acostumbre a las algaradas callejeras y, sobre todo, no está de más que la oposición, supuesta también, de la izquierda pueda decir aquello de ‘a nosotros también nos lo hicieron’, lo que siempre y como coartada queda bien.

Son suposiciones de gentes malpensadas que saben cómo se puede acabar con esto y que no se explican por qué no se acaba con lo que está pasando y con lo que puede pasar.

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O quizás se lo explican demasiado bien.