Ya hemos llegado

En Cataluña se han perdido demasiadas oportunidades para frenar ilegalidades. Ha sido demasiado tiempo hablando en futuro; muchos ‘haremos’ y pocos ‘hemos hecho’. Evidencias negadas, leyes que no se han aplicado y actuaciones timoratas, pensando en democracias ilusorias, en consensos hipócritas y en concesiones que no han servido.

Tras muchos años de tolerancia solapada, de mirar para otro lado, de hacer la vista gorda y de una pasividad irritante, se quieren arreglar los desarreglos en quince días.

No es de recibo hablar de odios cuando no se hizo nada ante el adoctrinamiento en la enseñanza. A nadie puede extrañar que no se sientan españoles quienes desde su infancia han mamado el sentimiento de vivir ‘ocupados’. Difícilmente se comprenden lamentos de falta de respeto a las leyes cuando, por ejemplo, se han tolerado ofensas a España a sus símbolos y al Rey.

Los delitos de esa índole llevan muchos años de impunidad en Cataluña como para que ahora se solucionen, o se pongan en marcha recursos legales que han permanecido inéditos.

Claro que no hay referéndum, porque cualquier votación, cualquier recuento y cualquier resultado, está viciado en origen. Pero habrá votaciones (sean cómo sean), habrá recuento (se haga cómo se haga) y se proclamará el resultado (aquí no hay dudas).

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Lo que no se hace en años no es fácil hacerlo deprisa y corriendo y ya se ha llegado a lo que no se quería llegar. Pretender que, el domingo, el orden será salvaguardado y que el cumplimiento de las órdenes de los jueces va a ser una realidad, es un eufemismo más.

Nunca como en estas circunstancias, los interrogantes pueden comenzar con un ‘ahora’ sonoro y lacerante.

Pretender que ‘ahora’ sean los jueces, o los policías quienes resuelvan la papeleta suena a previa dejación y la dejación, en política es costosa.