El mal de encuesta

Es una especie de enfermedad que padece la política española y que parece difícil de combatir y, más aún, de erradicar. Y es un mal que no solamente rebrota en épocas de elecciones sino que está presente, constantemente, en forma de sondeos que proliferan por doquier y tienen su correspondiente reflejo en los medios de comunicación.

Una frase mágica: ‘si ahora se celebraran elecciones… ‘ y aquí, una sarta de cifras que se sopesan y se valoran aunque queden años para esos comicios y no solamente se escuchan las cifras sino que, inmediatamente, se pone en marcha toda una maquinaria en los más diversos estamentos.

Otra de las características de este mal de las encuestas es que casi nunca aciertan, pero con el truco de las horquillas, van sobreviviendo de una elección a otra, a lo que hay que añadir los sondeos de entre medias.

Pero hay dos consecuencias de las encuestas que, por peligrosas, deberían ser tenidas en cuenta. Por una parte habría que averiguar hasta qué punto la publicación de encuestas en las campañas electorales condiciona el voto, porque puede condicionarlo por efecto de un cierto mimetismo en el que el elector se decanta por quien se supone que puede ganar, a consecuencia de la adopción del voto útil e incluso llevando a la abstención a quién considera que su primera opción apenas tendrá relevancia tras los recuentos.

Por lo que a los sondeos -que constantemente se hacen aunque las elecciones estén lejos- se refiere, habría que preguntarse en qué medida y manera influyen en las decisiones de gobierno y en las actitudes de quienes ostentan el poder.

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En cualquiera de los dos supuestos, encuestas electorales o sondeos de opinión, la democracia no sale muy bien parada.

Lo dicho, un mal que habría que vigilar muy de cerca.