Con Redondo mentíamos mejor

Iván Redondo.

Con Redondo a su vera, Sánchez no hubiera pronunciado la palabra vergüenza, por muy ajena que fuera, ni hubiera tenido la osadía de golpearse  la mejilla con la mano que sostenía el bolígrafo, ante el peligro de que la dureza de la parte golpeada hubiera partido en dos el objeto de escribir.

Cuando Sánchez dijo aquello tan emotivo, de que “a veces me preguntan cuál es el secreto”, no aclaró si sus colegas europeos le preguntaban por el secreto de la fórmula para permanecer en La Moncloa, si por el secreto para haber llegado a La Moncloa o por el secreto de mentir constantemente sin sonrojarse.

Más pronto que tarde (que diría un político cursi) y como no podía ser de otra manera (que diría otro político cursi), tenía que notarse la ausencia de Redondo en La Moncloa. Bolaños puede sustituir a muchos de los que eran perfectamente sustituibles en el equipo anterior más cercano a Sánchez, incluso puede sustituirse a sí mismo, pero sustituir a Redondo es harina de otro costal.

Y es que desde que “le marchó”, Sánchez miente peor y hasta se le ve más crispadito.

Con Redondo a su vera, a Sánchez no se le hubiera ocurrido, bajo ningún pretexto, pronunciar en público la palabra vergüenza, por muy ajena que fuera, y mucho menos hubiera tenido la osadía de golpearse repetidamente la mejilla con la mano que sostenía el bolígrafo, ante el peligro de que la dureza de la parte golpeada hubiera partido en dos el objeto de escribir.

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Redondo cuidaba mucho esas cosas. Sí que es verdad que han desaparecido las muletillas y los repetidos en consecuencia y hasta los quiero decirles a ustedes si me lo permiten, pero las mentiras son de menos calidad formal que las anteriores y sobre todo duran menos en el tiempo incluso en las televisiones amigas.

La menor duración y el adelanto de la fecha de caducidad de las trolas, puede deberse a que ya todos, europeos incluidos, están sobre aviso y es difícil que crean nada, sea lo que sea, de lo que dice Sánchez, pero son mentiras peor urdidas y expuestas con menos desahogo y más rictus contraído.

Como dicen algunos en Ferraz, con Redondo mentíamos mejor.

También puede ocurrir que pasan los días y hay que dar la cara en Europa y ya no vale aquello de te lo juro por Calviño o palabrita de Escrivá. Los europeos quieren papeles y hasta piden autógrafos a Garamendi, y eso son palabras mayores.

De todas formas aunque Las mentiras de Sánchez hayan descendido de categoría, el que tuvo retuvo, y los miércoles parlamentarios siguen siendo terreno propicio para el desplante, la desfachatez y, sobre todo para la falacia, para la vergüenza -vaya usted a saber de quién- y hasta para el golpeo chulesco de las propias mejillas.

Y lo peor de todo no es que los europeos se pregunten por el secreto de Sánchez. Lo peor es que se lo empiezan a preguntar muchos españoles.

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