Sánchez –instalado en la izquierda extrema y aliado con la extrema izquierda comunista- empieza a dar vergüenza.

Aunque su carácter de mentiroso subyace en toda su trayectoria, ha habido momentos -como el de sus alianzas con los comunistas de Podemos o los pro etarras de Bildu o los separatistas catalanes, desde la izquierda extrema y coaligado con la extrema izquierda- que marcaron todo un hito en su carrera hacia la vergüenza.

Quienes se dedican a la política y tienen una relevancia popular, pasan por distintas fases en su trayectoria, y sufren diferentes altibajos en la percepción que de ellos tiene la ciudadanía.

Naturalmente esos altibajos dependen de aspectos ideológicos y de afinidades partidistas, pero sobre todo de su gestión al frente de los asuntos públicos. Pero llega un momento que los juicios que merecen  pasan por encima de esas ideologías y de esas supuestas lealtades de partido y comienzan a centrarse más, en la realidad del personaje en cuestión.

Y de la simpatía o la simple tolerancia, se pasa a la indiferencia y a la crítica y a la animadversión y al abucheo y al rechazo, y el partido y las ideas pasan a un segundo plano o pierden importancia en los juicios del hombre corriente.

Sánchez, que nunca despertó grandes entusiasmos  -ahí está su aventura en Ferraz tras la cortina, su defenestración y su posterior regreso a Ferraz- ha pasado por esas fases y hay que señalar que, en gran medida, han sido negativas incluso para sus votantes.

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Aunque su carácter de mentiroso subyace en toda su trayectoria, ha habido momentos -como el de sus alianzas con los comunistas de Podemos o los pro etarras de Bildu o los separatistas catalanes, desde la izquierda extrema y coaligado con la extrema izquierda- que marcaron todo un hito en su carrera hacia la vergüenza.

Su gestión de gobierno durante la pandemia, con los confinamientos; los “logros” económicos; los episodios de colonización de las instituciones; los “sucesos” de Marruecos y el Sahara y el sainete del móvil espiado; los resultados catastróficos de las elecciones municipales y autonómicas y sobre todo sus leyes de izquierda extrema coaligada con la extrema izquierda comunista, han acabado por desengañar a los más “engañados”, han logrado todo un récord de desfachateces y han sido otras de las fases más ignominiosas de Sánchez.

Al final, la convocatoria, artera y mezquina, de elecciones anticipadas ha colmado el vaso de quienes, ya antes, pensaban en un relevo inmediato.

En todas las fases por las que Sánchez ha pasado, llegó a asquear a muchos, a obtener rechazos sin cuento cada vez que asomaba en un lugar abierto, provocaba chistes y carcajadas y hasta en la última campaña electoral,  hubo quienes sintieron una cierta pena por el personaje.

Ahora Sánchez empieza a producir vergüenza incluso entre sus compañeros de partido, por más que le aplaudan, y hasta en algunos de sus más inmediatos colaboradores que, una vez que han dado por amortizado su enchufe, aunque en voz baja y mirando a hurtadillas por si alguien escucha, no ocultan su aversión y, lo que es peor, su sonrojo ante lo que hace y dice y lo que les obliga a hacer y a decir y a aplaudir.

Y sus coaligados separatistas, en palabras de Ortúzar (se supone que con la mano en actitud pordiosera como querían emparedar a don Mendo) se sienten como un kleneex: “nos usa y nos tira”. Y sus coaligados proetarras, en frase acertadísima de Otegui dicen -ante los ascos de Sánchez con Bildu- que “ya está bien de pensar que somos bobos, porque lleva cuatro años con nosotros aprobando leyes y presupuestos”…

Y también, sobre todo ante las opiniones más o menos solapadas de Europa sobre el adelanto electoral, son muchos los españoles que, aunque lejos de Sánchez, empiezan a sentir vergüenza de tener a semejante individuo como presidente del Gobierno por mucho que no le hayan votado.

Del rechazo y la animadversión a la pena y a la censura más grave, pasar a provocar vergüenza casi colectiva, es un salto cualitativo que Sánchez ha dado en muy poco tiempo.

Y ahí están sus intervenciones rabiosas, descompuestas y vomitadas con olores putrefactos y que son tan fáciles de remedar: 

Porque la izquierda extrema y la extrema izquierda comunista “van a inventar barbaridades y están copiando los métodos de sus maestros bananeros”.

Porque la inmensa mayoría de los españoles no están dispuestos a que la izquierda extrema y la extrema izquierda comunista “conviertan la política en un barrizal que arrastre a nuestro país”.

Porque “España no es inmune a la corriente pretendidamente progresista y comunistoide de la izquierda extrema y la extrema izquierda comunista, pero podemos pararla por nuestros hijos”.

Porque la izquierda extrema y la extrema izquierda comunista “tienen resortes poderosos y sin ningún pudor para lanzar bulos y mentiras”.

Porque “hay un tándem” de la izquierda extrema y la extrema izquierda comunista.

 Y, se supone que mirando de reojo a la OTAN, el sumun de la desvergüenza y del sonrojo fue cuando dijo aquello tan “sincero y veraz” refiriéndose al adelanto electoral: “Tomé la decisión con mi conciencia. Es lo que os digo más allá de las especulaciones, y pensando en mis compañeros, porque ningún líder puede mirar para otro lado cuando los suyos sufren un castigo tan inmerecido y tan injusto”

Y en ese momento, dicen que fue cuando López (pero Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?) estalló en un incontenible sollozo.

La carcajada: Dice Calviño, presta a escaquearse de las listas y pedir el reingreso en Bruselas: “Sánchez es una persona honesta que tiene los valores y los principios muy claros y muy fuertes”.