Los votantes entre las ambigüedades de unos y las mentiras de otros

Urna para las elecciones europeas del 9 de junio de 2024

Ya “semos uropeos” 

La Blasa (Forges)

No es que Europa sirva de mucho, ni que el parlamento europeo, que se elige, sirva para algo, pero quienes se acerquen a las urnas tienen poco dónde elegir. Entre que no conocen –y es mucho decir- más que a los cabezas de lista y que los programas no existen, la elección se presenta ardua.

Se supone que -como los políticos siempre están en campaña y se dedican a insultarse y a averiguar los puntos débiles y más o menos vergonzosos del adversario o de su entorno familiar o de partido- las campañas, propiamente dichas, que deberían de servir para explicar programas, anunciar propuestas y declarar propósitos, no cumplen ni uno solo de esos objetivos. Los votantes van a ir a las urnas desprovistos de la más elemental información y sin saber, la mayoría de ellos, qué es lo que votan y para qué votan y a quién votan.

Pocos de los que depositen su papeleta pueden explicar las diferencias -y mucho menos las atribuciones- entre el Parlamento, la Comisión, el Consejo o los Tribunales. Todas son instituciones traídas y llevadas -e incluso apetecidas- por los residuos políticos de los descartes domésticos y manantiales de prebendas sin cuento para quienes los ostentan. Pero no sirven para nada o poco más.

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Si a todo lo anterior se añade la situación concreta que se vive en España, que ha convertido estas elecciones en un plebiscito para que siga Sánchez -con más o menos comodidad (porque seguir, va a seguir)- lo cierto es que las elecciones del domingo son pura entelequia por mucha prosapia que se gasten los interesados. Y los interesados son los que sueñan con un sillón en Bruselas o los que desean que  los resultados sean el comienzo del fin de Sánchez.

No es que Europa sirva de mucho, ni que el Parlamento europeo que se elige, sea útil para algo, pero quienes se acerquen a las urnas tienen poco dónde elegir. Entre que no conocen –si es que los conocen- más que a los cabezas de lista y que los programas no existen, la elección se presenta ardua.

En el mejor de los casos el español de a pie, reflexiona y se dice: voto a los míos, ni siquiera sé a quién doy eso que llaman mi confianza, no me interesan las propuestas -si es que las hay- y lo que quiero es que se vaya Sánchez o que se quede Sánchez.

Y mientras, Europa se debate entre la nada y la inoperancia. De vez en cuando una directiva para fastidiar al ciudadano -si es agricultor mejor- un guiño a los verdes con lo de los coches eléctricos, una tímida censura a las guerras y a las invasiones y arrimarse al remolque de China y de Estados Unidos –según del pie del que se cojee- mientras se tragan y se digieren los exabruptos políticos de Putin.

Y el votante español sin saber si creerse las mentiras de los unos o reírse de las ambigüedades de los otros.

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