Máxima tensión en Cataluña

La convocatoria del referéndum ilegal del 1-O nos obliga, necesariamente, a estar pendientes, día a día, de lo que sucede en tierras catalanas. Lo hacemos con tensión generalizada, preocupación y cercanía a los catalanes, que en su gran mayoría están sufriendo en la convivencia diaria las alocadas pretensiones de un 20% de independentistas catalanes.

Resulta llamativo que, según todas las encuestas, en Cataluña solamente hay un 20% de partidarios de la independencia. Por más que se empeñe ese porcentaje, la mayoría no está de acuerdo con su pretensión, y mucho menos con los líderes actuales de la Generalitat de Cataluña, y todavía menos con las amenazas y coacciones con las que unos pocos pretenden extender una pretensión ilegal.

Rajoy está siguiendo su plan, de incrementar proporcionalmente las medidas para impedir el referéndum, tal como había anunciado, y bien sabedor de que todos estamos pendientes de la proporcionalidad en las medidas. Por otro lado, la justicia está actuando en cuanto le concierne, y de ahí la máxima tensión que estamos viviendo, y que continuará en estos diez días previos a la fecha fijada del 1-O.

Una vez más, hay que rechazar que Arran señalase a los concejales de Lérida – de socialistas, Ciudadanos y PP – que se han opuesto a ceder locales para celebrar la consulta. Arran sigue con métodos violentos, coactivos, como brazo juvenil activista de la CUP.

Como era lógico, Puigdemont convocó urgentemente ayer a su gobierno. No era para menos. Simultáneamente, Pablo Iglesias volvió a equivocarse hablando de que hay “presos políticos” en España: lo que hay es un imperio de la ley, unos delincuentes que pretenden impunemente imponer sus pretensiones a los demás catalanes y a los demás catalanes, que están en contra. Ada Colau exhibió otra vez su “circo” para estar con los independentistas y no quedar manchada para el futuro político.

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Hay quienes hablan de que la mayoría silenciosa debería estar más activa ahora. Pienso que hay que comprenderles, y que tal vez sería contraproducente que actúen estos días, ya sea en concentraciones o manifiestos. Se amparan en el respeto de la ley, la acción del Gobierno central y de los tribunales. No hay que confundir inacción con prudencia.

Esa mayoría silenciosa sí deberá moverse mucho más tras el 1-O. Ha de superar el miedo, el clima artificial que una mayoría ha creado y, sobre todo, ha de manifestar su opinión en las próximas elecciones autonómicas catalanas, en forma de voto a los partidos que defienden con sensatez y sentido histórico la unidad de España.

Sería necesario que hubiera elecciones tras el 1-O. No me atrevo a vaticinar el resultado, por el volcán que hoy es Cataluña, pero serviría para que los catalanes, especialmente esa mayoría silenciosa, se pronunciaran y dejaran de quejarse de los líderes catalanes. Se puede decir más fuerte pero no más claro: los catalanes han de tener los líderes que elijan, sabiendo ya cómo se han comportando los que eligieron en las últimas elecciones autonómicas. Hay que complicarse un poco la vida, y algo tan sencillo como votar es la conclusión más evidente.