Los hijos pagan la vaciedad de los padres

A punto estuvimos de irnos, porque era muy desagradable, y parecía que los allí presentes consentían lo que estaba sucediendo. Pero optamos por quedarnos, y seguir de cerca el incidente.

Los gritos de ese niño iban dirigidos hacia su padre, y no reproduzco los insultos por respeto al lector. El padre no reaccionaba. De los insultos, el niño - que tendrá unos 9 años - pasó a darle patadas a su padre, a quien se le veía acostumbrado o resignado.

También se sumó a los insultos un hermano de unos 7 años, aunque con menor virulencia. Los trabajadores del bar intentaron calmar al chaval mayor, sin mucho éxito. Es más: salió a la calle, y empezó a dar patadas a una pared que tenía un desconchón, para tirar un poco más de la pared. Luego se dirigió a una mesa, y tiró las cuatro sillas al suelo. El más pequeño le imitaba, y en ese momento los empleados del bar recriminaron a ambos chavales su actitud, aunque no lograron mucho.

Todo esto sucedió en unos 10 minutos, yéndose el padre – de unos 45 años, más bien fuerte físicamente – con los dos hijos, para sosiego de la gente que estábamos tomándonos algo en la terraza, y también con una mezcla de pena y sorpresa.

Un trabajador del bar se sintió en la obligación de darnos una explicación, tal vez para no perdernos como clientes. Lo que nos dijo es que el padre es vecino suyo, que ha vivido con tres mujeres, que el hijo mayor es de una mujer distinta que el de 7 años, y que el padre estaba resignado.

Sinceramente, no daba crédito, y eso que en la vida se ven, viven o leen escenas de violencia variopinta. En algunos casos, podemos actuar, pero en el caso relatado quien debe actuar es el padre, seguro que abochornado y a la vez sin recursos humanos para lograr un mínimo de educación de sus hijos y de respetarle a él mismo.

Es preocupante el aumento de violencia verbal y física de hijos contra padres, las agresiones de hijos a padres. Habrá que indagar con valentía las causas, para enderezar estas situaciones, que de modo alarmante han aumentado en España. Los expertos dicen que los padres sólo denuncian uno de cada ocho casos, por vergüenza, miedo o ignorancia.

Los que llevan a cabo las agresiones son los hijos, pero son víctimas en mi opinión, en muchas ocasiones, de la dejadez o del fracaso de sus padres. Me parece que la causa está en los padres, sobre todo, y por eso nos aterra analizar las causas y los remedios, porque es una tarea de efecto “boomerang”, que apunta a los progenitores, a su estabilidad matrimonial y personal, a su preocupación por los hijos y al compromiso real o ficticio en el entorno familiar.

Padres que consienten casi todo, porque ellos mismos nadan en el permisivismo, que lleva al nihilismo, y por tanto poco pueden transmitir a sus hijos. El “No” de los padres muchas veces es un “Sí”, el esfuerzo es necesario para que no crezcan “niños tiranos” y que desean satisfacer su capricho a cualquier precio.

 

Un dato relevante, que no se proporciona a la opinión pública, es el porcentaje de menores violentos que han vivido o viven rupturas matrimoniales de sus padres. Mucho se defiende la libertad para romper el compromiso matrimonial, pero se esconden las múltiples secuelas que suele dejar en los hijos.

Seguro que hay casos de padres que se desviven por sus hijos, y por razones diversas crecen violentos, por ciertas amistades, por ciertas enfermedades psíquicas, o por otras causas, no pretendo simplificar la cuestión ni el dolor de los padres.

Todo padre con un hijo que se vuelve violento contra él sufre, y mucho. Mi apoyo a todos esos padres, pero también mi aliento para que se aprenda, y vayamos a las raíces. Las palabras “respeto” y “compromiso” deben utilizarse más antes, durante y después del matrimonio, la cultura del esfuerzo debe presidir la educación de los hijos y el entorno de las familias. Si no, continuarán en aumento las agresiones de hijos a padres, y hasta la violencia entre marido y mujer, se denuncien o no en mayor medida.

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