Cuota femenina… ¡súbito!

Desconozco hasta qué punto Juan Campmany, el diseñador de la nueva y moderna imagen del PSOE y artífice de la exitosa contracción de ZP, ha tenido que ver en este empeño del Presidente del Gobierno. Pero el dato incuestionable es que Zapatero ha irrumpido en la escena política española convencido de que las mujeres deben tomar el poder. En principio, nada que objetar. Todo lo contrario. Estupenda iniciativa la de establecer mecanismos que eviten que la española, por el mero hecho de ser mujer, sea relegada, discriminada o simplemente minusvalorada. En cualquier campo. Sin embargo, hay que estar atentos. Porque, cuando uno fuerza un razonamiento, corre el riesgo de caer en el absurdo o, lo que es peor, de provocar un problema mayor del que se pretendía evitar. Me refiero a casos como el que me contaba, hace algún tiempo, una señora, catedrática de prestigio y —como se verá por la escena que voy a describir- de gran sensatez. Un día, aquella investigadora recibió en su despacho una llamada telefónica que incluía una sorprendente invitación: —Nos gustaría que se animara a participar en nuestro Congreso como ponente. —Pero oiga —respondió la dama-, si yo no me he dedicado nunca a ese campo… Y la réplica inesperada: —Ya. Bueno. Es que no contamos con ninguna mujer en nuestro panel de invitados y necesitábamos una. Tiene bemoles la cosa. Es, ni más ni menos, la cruzada de la cuota femenina llevada al absurdo. Sentirse relegado por ser varón o mujer es algo indignante. Pero tan enojoso o más es saberse escogido/escogida sólo por serlo. Convertirse en cuota es lo que algunos denominan “discriminación positiva”. Habría que recordarle cuanto antes estos conceptos al ilustre inquilino de La Moncloa, pues no hay foro económico a donde vaya donde no lance un guiño en este sentido, insinuación que a veces queda a muy pocos centímetros de la amenaza. La mejor amiga del jefe del Ejecutivo en el mundo de las finanzas es Amparo Moraleda, presidenta de IBM y fija en todas las quinielas para relevar a César Alierta en Telefónica. Hace unos meses, con ella delante, lanzó un órdago ante la clase económica: “Es hora de que las mujeres pasen al primer plano de la vida empresarial española… ¡súbito!”, vino a decir. Bueno, señor Zapatero; será si existen empresarias preparadas para tal menester. ¿O eso da igual? Para ZP todo parece indicar que sí, que da igual, como demuestra el esperpento montado hace casi dos años desde Ferraz, en vísperas de las elecciones generales que llevaron al Partido Socialista a nuestra “Casa Blanca”. El entonces secretario general del PSOE se empeñó en presentar por Madrid al Congreso de los Diputados una “lista cremallera”, alternando hombres y mujeres. El problema surgió cuando quiso encontrar una militante de renombre que colocar a su vera, como segunda cara de la candidatura. Tenía que ser mujer, dispuesta a saltar a primer plano de la arena política y persona de relevancia. Y se volvieron locos. Al final, se optó por una perfecta desconocida: Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, catedrática de la Complutense, especialista en la reforma del Senado pero, sobre todo, “esposísima” de Carlos Arenillas. Así que una extraña, sólo de “puertas afuera”. Téngase en cuenta que, pasados los meses, Arenillas fue invitado por Moncloa a ocupar el cargo de vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Arenillas, “cuota de varón”, en este caso del equipo de Miguel Sebastián, al que le tocaba colocar ficha allí tras el movimiento de su rival: Pedro Solbes acababa de instalar en la institución al presidente, Manuel Conthe. Pero, a lo que iba. Soy de la opinión de que la “discriminación positiva” sana un mal, pero no pocas veces desmejorando al enfermo en otro de sus miembros. Compensar a determinados colectivos —mujeres, gitanos, negros- por la discriminación negativa de la que han sido objeto históricamente, así, en general, es un absurdo. Lo que existe son personas, no colectivos. Lo olvidó la Revolución Francesa y pasó por la guillotina a un buen número de gente incoando el bien de la masa. Craso error. Decía Gracián que, visto un cerdo, vistos todos; sin embargo, visto un hombre, sólo queda visto ése, y ése aún no del todo conocido. El ser humano es algo más que animalidad. Por eso, con él sólo se puede contar hasta uno. De ahí que, en el asunto que nos ocupa, la justicia haya que aplicarla a las personas singulares y no a los grupos. Privar hoy de un puesto de trabajo a un varón, a un blanco o a un payo, por el mero hecho de serlo, no repara una injusticia: perpetra una nueva. Cosa distinta es que, en igualdad de méritos para ocupar un puesto, optemos en estos momentos por cambiar la inercia que subsiste —por desgracia- en determinados sectores, tendente a considerar que una mujer no sabe manejarse en los asuntos públicos, que carece de capacidad para ser presidenta de Gobierno, por ejemplo, o jueza o empresaria. La mentalidad, señor Zapatero, no se cambia con cuotas forzadas. Eso, lo que provoca es otro desafuero social de difícil digestión.

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