Francofuribundia

No he estado nunca en el Valle de los Caídos. Una vez, me quedé a las puertas (nunca mejor dicho) de verlo, aprovechando una visita en autocar promovida por un “tour operador” de los de antes, de los ex amigos de Haro Tecglen, ahora políticamente incorrectos.

No logro recordar por qué, pero el caso es que no logramos entrar al recinto, algo que, todo hay que decirlo, a la mayoría de los excursionistas nos importó bien poco. Optamos en cambio por una alternativa más lúdica, algo parecido a alquilar unas piraguas en un pantano y pasar el día mansamente.

Me venía a la cabeza esta anécdota, ahora que nuestro Gobierno parece empeñado en hacer un “lifting” a esas instalaciones monumentales con objeto de transformarlas en un balneario, un parque de atracciones o un zoológico tropical.

En mayo de 2003, el consejero delegado del Grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, publicó en su editorial Alfaguara una novela titulada “Francomoribundia”. El libro revive la historia de la generación que trajo la democracia a España. Comienza con la larga agonía de Franco, para acercarnos a la agitada época de la transición, que culminó en el golpe de estado del 23 de febrero de 1981.

La sinopsis de la propia editorial explica el tono general del argumento: “Los protagonistas narran los hechos desde la intensa emoción de esos años en que el miedo y la ilusión eran la cara y la cruz de la misma moneda y en los que la muerte se convirtió en un personaje central de la vida española. Entre las voces de sus víctimas destaca la del hombre que rigió los destinos del país durante cuarenta años y que ahora agoniza consciente de que morir es más difícil que matar”.

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Esta tribuna parece condenada a dejarme en mal lugar pues, llegados a este punto, debo reconocer más omisiones: ni he leído el libro de Cebrián, ni participé como testigo de excepción en la transición española; bastante teníamos, por aquellos años, con llamar la atención del mundo circundante con el sonajero.

No obstante, gracias a las críticas literarias al texto del brazo derecho de Jesús de Polanco, y gracias a los libros de historia (de la editorial Santillana y otros) también estudiados, uno tiene una somera idea. Al menos, la suficiente como para aventurar que podríamos estar asistiendo a una nueva transición, la que nos lleva de la “Francomoribundia” de Cebrián a la “francofuribundia” de José Luis Rodríguez Zapatero.

El Presidente del Gobierno parece empeñado en conseguir algo que, hasta hace sólo unos meses, parecía imposible: convertir a Felipe González en un estadista. Eso, tras los años de corrupción y la “guerra sucia”, se antojaba, como digo, una quimera.

Zapatero parece decidido a no dejar dormir a esa militancia socialista que le llevó al poder el pasado 14-M y que permaneció anestesiada durante ocho años por culpa del desencanto y el hartazgo. A falta de medidas políticas o económicas ilusionantes y con un equipo de Gobierno improvisado y bisoño, Moncloa ha decidido recurrir a la “francofuribundia”.

Fuera las estatuas ecuestres, fuera las letras de cal de un promontorio leridano que animaban a luchar por España (un guiño a las “comunidades nacionales”) y luz verde a la “liposucción” diseñada para el Valle de los Caídos. De paso, encabritamos a la extrema derecha, que aparecerá en la foto junto a Rajoy y Acebes cuando tengan que salir en defensa de esa otra parte de España que se siente agraviada.

Lo dicho. Felipe González, ensalzado como un verdadero hombre de Estado, capaz de recurrir a mil estratagemas para sacar rédito electoral en aguas muy revueltas, pero bastante más prudente que su sucesor al frente del PSOE.

Zapatero amenaza con pasar a la historia de nuestro país, por tanto, también como el promotor de esta “francofuribundia” que amenaza con reabrir viejas y peligrosas heridas. Ni González ni Aznar fueron tan osados y “furibundos” como el político leonés. Y todo por la poltrona.

¿Qué necesidad hay de herir a quienes sólo esperan gozar de una ancianidad sin sobresaltos? ¿No les corresponderá a nuestros hijos esa labor de “cirugía estética”, por otro lado, necesaria? ¿Hasta cuándo una clase política ruin y mezquina?