Moratinos en la inopia

De los ministros del Gobierno que han sobrevivido al frenesí de la legislatura, Miguel Ángel Moratinos es el que, por su fisonomía, quizá mejor represente el buenismo zapateril. A medio camino entre la moza alsaciana de generosa constitución y mofletes colorados, y la beatitud del canónigo catedralicio, sin embargo, el titular de Exteriores está muy cerca de lograr el difícil mérito de pasar a la historia parlamentaria como el peor de los ministros del socialismo del siglo XXI.

Empezó con esa apuesta centrada en desmontar la política exterior de José María Aznar, con aquel frenesí maniático que entró a los chicos de La Moncloa, nada más aterrizar, por tomar distancia del pasado próximo. Excepción hecha de la parcela económica, que Dios nos conserve muchos años se dijeron, encomendándose al Padre Solbes.

Pero las tropas de Irak se vinieron galopando, sin cuidar las formas, es decir, sin dar tiempo al yanki a cubrir sus vergüenzas ante la vertiginosa partida de los españoles, que jalearon además a los demás aliados para que pusieran pies en polvorosa, hoy mejor que mañana. Gaspar Llamazares, Pilar Bardem, el Gran Wyoming y Pedrito Almodóvar aplaudían con las orejas ante tanto talante presidencial, pero encabronamos a la primera potencia mundial. “Que les zurzan –debió de pensar el inefable Moratinos-, que yo me echo ahora en los brazos de Francia y Alemania”.

Y fue precisamente a los pies de Francia y Alemania donde abandonamos la buena posición conseguida con el Tratado de Niza, acerca del reparto de poder en la nueva Europa. Inolvidable. A aquello se le llamó “desbloqueo de la Constitución”. Pero ZP y Moratain, erre que erre, intentaron presentarnos como un “triunfo” un acuerdo que nos dejó más pequeños y más pobres.

Para colmo, un mal asesorado Zapatero se dedicó a pregonar aquello de que los socialistas iban a hacer con Norteamérica una nueva política de la mano de John Kerry, “que además va a ganar las elecciones”, aseguró. Para adivinador no iba el de León. Que se prepare Ségolène Royal, actual fetiche del socialismo español, que ya empieza a caer en las encuestas.

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Pero la muestra de que el don de la profecía no era lo suyo la encontramos en el patinazo de los comicios alemanes, cuando Rodríguez Zapatero no dudó en calificar de “fracaso” el resultado cosechado por Ángela Merkel… justo unos días antes de que ésta lograra reunir los apoyos suficientes que la auparon hasta la cancillería. Inmediatamente, la prensa teutona dictó sentencia: Zapatero es un “peso ligero”. Otro bochorno.

A Polonia no viajó -¿se acuerdan?- porque estaba cansado. Y Moratinos en la inopia, ausente, sin recordarle al inquilino de La Moncloa que hay que dejarse ver para contar. Pero nada. La consecuencia de esta dinámica de ausencias por agotamiento es la escasa presencia que tiene España en los foros internacionales. Zapatero se agobia fuera del recinto presidencial, sufre por su escaso manejo de las lenguas extranjeras, y ha debido delegar el papel de máximo representante nacional en el Rey don Juan Carlos.

No obstante, a mi juicio, el culmen del pucherazo ministerial perpetrado por don Miguel Ángel es el grado de politización a que ha sometido a la propia carrera diplomática. No hablo sólo de la colocación de personas afines al PSOE en algunas de las legaciones más importantes, ni de la opción preferencial que ha hecho el tándem Moratinos-Bernardino León por el eje bananero que conforman Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. España –dijeron en su día- dialoga ahora con todos los países, y no sólo con unos pocos. Quizá por eso se acaban de hacer la foto con Josep Lluis Carod Rovira, el republicano vicepresidente de la Generalitat y ministro de Exteriores catalán. Zapatero se siente a gusto en el Camp Nou.

Pero, a lo que iba. El pasado mes de abril, el Ministerio de Asuntos Exteriores decidió cambiar por sorpresa el temario de la oposición a la Carrera Diplomática, orientándolo ideológicamente y filtrando a los candidatos: menos franquismo, más modelo suizo y confederal ‘made in Zapatero’, menos OTAN, menos descubrimiento de América, menos NAFTA, menos Santa Sede, más Alianza de las Civilizaciones, más Islam.

La posdata que nadie esperaba ahora es el sonrojo al que nos ha sometido media África subsahariana, gritando al mundo entero el nulo grado de influencia de nuestro país en aquella zona. España ha debido hacerse cargo de casi 400 inmigrantes (no hemos podido convencer de lo contrario ni a Guinea Conakry, ni a Mali, ni a Cabo Verde, ni a la India, ni a Pakistán, ni a Mauritania) y más de cincuenta policías han sido tratados como escoria. Qué vergüenza.

“Spain is different”. También por obra y gracia de monsieur Moratinos.