Los bancos alemanes están podridos

Esto no es justo. Probablemente nunca lo ha sido, no sé de qué me quejo. Este martes mantuve una interesante conversación con un importante ejecutivo, que puso a caldo a Alemania y a su sistema financiero. No dejó títere con cabeza.

Su principal argumento es que los bancos del país teutón están podridos, con unos índices desastrosos: falta de capitalización, bajos niveles de mora y rentabilidad, penosos niveles de eficiencia, alta exposición a la deuda griega...

De ahí el empeño personal que demostró en su día Ángela Merkel por dejar fuera de los test de estrés europeos a sus principales entidades y batallar hasta la extenuación la semana pasada hasta evitar la supervisión del fiscalizador único europeo que va a entrar en vigor.

Deutsche Bank (DB), el mayor banco alemán, encabeza el ranking de los 28 bancos más peligrosos del mundo. Pero las agencias de calificación han alertado de que, en un escenario recesivo, hasta 17 entidades germanas necesitarían recapitalizarse, por una suma de unos 32.000 millones de euros.

Sin embargo, mi amigo identificó a las cajas de ahorro alemanas, también llamadas “landesbanken”, como a la verdadera bomba de relojería del país. El agujero podría alcanzar los 250.000 millones de euros. Ahí es nada.

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Y a todas estas, toda la presión se centra en los PIGS: Portugal, Italia, Grecia y España. Recortes, ajustes, asfixia, presión, rescate, plan de emergencia.

El experto concluía enfadado que aquí se está jugando con cartas marcadas, con desigual reparto de costes, exigiendo reformas financieras que otros deberían acometer incluso antes que España.

No le falta razón. Algún día, cuando el enfermo salga de la UVI, quizás sea el momento de ajustar cuentas. De que todos nos retratemos. De poner a cada uno en su sitio.

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