A la cárcel con la oposición

El martes, el Fiscal General del Estado, Cándido Conde Pumpido, y el ministro de Defensa, José Bono, quedaban perfectamente retratados. Hicieron unas declaraciones que reflejan muy bien la situación que vivimos en este país.

Nos encontramos, coincidirán conmigo, en un momento de gran tensión social, con un partido en la oposición que aún se lame las heridas de un desalojo del poder que probablemente le convenía pero que le alcanzó de la peor manera posible: con 192 muertos sobre la mesa y una jornada de reflexión donde hubo quien se ocupó de remover las vísceras de la ciudadanía hasta hacer negocio.

Al frente de la nación se encuentra una organización que, tras varios años de marcado anti aznarismo, parece tener ahora como único desvelo pasar a la historia por su moderación, capacidad de entendimiento y voluntad de diálogo. Si hay que ceder se cede. “No problem”. Si los españoles barruntan ya que tampoco hay un proyecto que vaya más allá de esa pose de gentleman negociador, “tampoco problem”.

En medio, un puñado de formaciones que batallan políticamente por llevar a su zurrón el mayor rédito posible, a costa de un Gobierno débil, esclavo de esa postura de la mano tendida, pero sobre todo sujeto por la cadena de unos votos imprescindibles para mantenerse en el poder.

Sin embargo, comienzan a vérsele las orejas al lobo. Y es que sostener la sonrisa postiza de manera perpetua no es fácil. Se empieza por un rictus forzado que desdibuja el rostro y se acaba con una cara de mala leche considerable. Conde Pumpido y Bono nos lo demuestran.

Discrepar es legítimo, conveniente y hasta muy saludable, pero las palabras pronunciadas por estos dos altos cargos, sólo un año después de llegar al poder, son realmente inquietantes. Conde Pumpido ha declarado que la “actitud vociferante” de los militantes del PP que aparecen en las fotografías de la manifestación organizada por la AVT en enero les hace “sospechosos” de un acto delictivo contra el ministro José Bono.

O sea, salir retratado en una foto increpando a un dirigente político no es presentable, ni higiénico, ni conveniente. Además, es sospechosamente delictivo. Hay que estarse en casa calladito, mudo y sosteniendo una sonrisa beatífica, hasta que se le quiten a uno las ganas de discrepar. Conde Pumpido dixit.

El titular de Defensa, por su parte, ha buscado algo más de protagonismo al afirmar que la gente “se tiene que acostar con quien quiera y no con quien desee el PP”, en referencia a la manifestación a favor de la familia del próximo sábado, 18 de junio. “Cada uno tiene la sexualidad que quiere, y no hay que imponerle a nadie un modo sexual de actuación y creo que así es como piensa el conjunto de los españoles, aunque también es cierto que hay intransigentes que quieren imponer sus normas de conducta sexual a sus vecinos”, concluyó pasmosamente Bono.

¿Y qué tendrá que ver la defensa de la familia tradicional con la imposición de conductas sexuales, señor Bono? ¿No será que usted –como el señor Pumpido- se pone nervioso en cuanto alguien defiende una sola tesis opuesta a lo que la izquierda intolerante predica?

 

Vaya, vaya, vaya. Parece que algunos no aguantan ya la pose; que la mueca comienza a delatar la impostura de aquellos que se empeñan en pasar por progresistas y demócratas hasta que les sale el pequeño déspota que llevan dentro.

Pumpido y Bono son muy libres de manifestarse como quieran, no caeré en su misma dictadura. Pero dejen también ellos de tirarle la mano al cuello al primero que se salga de su discurso. Los españoles tienen derecho a discrepar y a que no se les acuse de delincuentes o totalitarios por defender legítimamente sus ideas. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

(Y que no se me enfade el señor Rodríguez Zapatero, que he logrado dar fin a este artículo sin usar ni una sola vez la palabra “talante”).

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