Aumenta el número de refugiados, otro drama del mundo actual

Concretamente, suele publicarse el informe anual de ACNUR, la agencia de la ONU para atender a los refugiados: ya en 2013, el número de refugiados, de solicitantes de asilo y de desplazados dentro del propio país, había llegado a 51,3 millones de personas, superando con creces, por desgracia, el número total derivado de la terrible II Guerra Mundial. Y vuelve a crecer una figura que parecía cosa de otros tiempos: el número de apátridas, condenados casi a serlo de por vida, puede alcanzar los siete millones según la agencia onusiana.

Las víctimas de las inciertas travesías hacia Europa o hacia los Estados Unidos buscan mejores condiciones de vida: en el caso de los niños y de los más jóvenes, posibilidades de estudio y promoción. En cambio, para los refugiados y desplazados como consecuencia de las guerras, se trata simplemente de sobrevivir, aun a costa de abandonar su lugar de nacimiento y un patrimonio quizá exiguo.

El triste récord sigue estando en Siria: una guerra civil mucho más larga, aunque quizá no menos cruel, que la de España, ha obligado a más de dos millones y medio de personas a abandonar sus hogares; de modo particular, sufren la tragedia allí –como en Iraq  los cristianos, víctimas inocentes de la barbarie islamista. Se reprocha con razón a países desarrollados occidentales que, incapaces de parar a los verdugos, no tengan más generosidad en la concesión de asilo (aunque, en el caso de los cristianos, un sentido radical de la justicia les llevaría preferir soluciones que eviten el exilio). De hecho, el mayor número de solicitantes de asilo corresponde a sirios desde hace varios años (149.600 en 2014), seguidos por iraquíes y afganos.

El mundo no frena esta sangría, desde que a finales de 2010 se llegó a 43,7 millones de refugiados y desplazados en el mundo, la cifra más alta de los 15 años anteriores. En los balances periódicos de ACNUR, no se incluye a los casi cinco millones de palestinos, principal grupo de refugiados, atendidos por otra agencia onusiana.

En total, 866.000 personas solicitaron la condición de refugiados en 2014 en alguno de los 44 países industrializados del mundo, 45% más que en 2013, según el último informe. Para los países miembros de la Unión Europea, el incremento es del 44%.

Cinco países desarrollados reciben el 60% de las demandas de asilo, por este orden: Alemania –practica una antigua tradición nacional , con 173.100 solicitantes; Estados Unidos, 121.200; Turquía –como consecuencia de los conflictos en países vecinos , 87.800); Suecia –por su raigambre de neutralidad y apertura , 75.100, e Italia, 63.700, en gran medida a partir de las pateras que cruzan el Mediterráneo desde el norte de África. En cuando al número de solicitudes respecto de los nacionales, Suecia bate todos los récords, con 24 demandas por mil habitantes.

De todos modos, la contribución europea a resolver el problema podría ser más generosa, a pesar de las dificultades económicas. Pero el incremento cuantitativo del drama coincide con el peso creciente de partidos populistas, como acaba de comprobarse en Francia: quizá son el iceberg del crecimiento de tendencias xenófobas ajenas a la identidad del viejo continente. Nada tiene que ver con el espíritu del “nunca más” tras la guerra mundial, que cuajó en la Convención de Ginebra sobre los refugiados (28 de julio de 1951), y se amplió en otros documentos internacionales, incluida la carta de derechos humanos de la Unión Europea del año 2000 (art. 18 ss.).

Hoy por hoy, no existe un criterio comunitario efectivo sobre inmigración o derecho de asilo, que sigue siendo competencia de los Estados miembros. Aparecen muchas diferencias en los diversos ordenamientos jurídicos, y no se ve fácil en un futuro próximo llegar a un sistema común para los 28. Pero se podría y se debería hacer mucho más, sobre todo, cuando no hay esperanza a corto y medio plazo de que desaparezcan las dificultades reales en los países de origen: al menos, aumentar el número de personas a las que se concedería permiso permanente de residencia. La dura realidad es que, cuando aún no han cicatrizado unas llagas, se han producido nuevas heridas que incrementan el sufrimiento de millones de seres humanos.

 
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